El Lendakari nos ha enseñado la papeleta de una consulta con dos preguntas sobre el «final dialogado de la violencia» -él lo llama así- y acerca del derecho a decidir del pueblo vasco. Lo que pretende, ya lo conocen, es un referéndum soberanista, pero no sabemos hasta dónde está dispuesto a llegar. Zapatero le ha facilitado el combustible suficiente para llegar hasta aquí y busca en las urnas una respuesta. El desafío planteado consiste en una carrera hasta el precipicio con el lógico peligro de despeñarse. Uno de los dos corredores, el presidente del Gobierno, tiene probadas mejores dotes de estratega y un amor indudable por las situaciones arriesgadas. Él cree en esa otra España confederal o confederada a la que ya se está arrimando el PP, un partido que a partir de ahora va a servir de ejemplo a las próximas generaciones de cómo suicidarse políticamente.

Zapatero ha demostrado en su inquietante trayecto que su técnica consiste en engullir al adversario. Lo ha hecho con Rajoy, que lo llamó bobo solemne, y ha acabado por cometer la tontería de querer parecerse a él. Ahora se quiere comer a Ibarretxe para hacer su España descuajeringada, pero con el País Vasco.

La resistencia, por ahora, consiste en lamentarse de que los dos principales partidos españoles hayan optado, primero uno, y, después, otro en adaptarse a los nacionalismos cuando no era necesario. Ni hace cuatro años, ni ahora.

A muchas personas les gustaría responder al «bai» y el «ez» que plantea Ibarretxe en su desafío anticonstitucional con un referéndum entre el resto de los españoles para decidir qué hacemos con los vascos. Si no fuera porque los vascos no son sólo los nacionalistas, sería divertido hacerse en el resto de España la siguiente pregunta: ¿quiere usted separarse del País Vasco? En fin, adelantarse a este sujeto tan pelma con cara de murciélago.