Poco tiempo estaría establecido en el espacio lindante con las calles Santa Susana y Pérez de la Sala y con el Campo de Maniobras, el entonces -años 30- llamado Instituto Nacional de Segunda Enseñanza, que había tenido otros varios emplazamientos antes de tomar posesión de la antigua quinta de Röel de considerable extensión y provista de componentes tan singulares como un lago artificial (con los correspondientes cisnes), un puente de apariencia rústica y una gruta, laberinto de piedras y musgo. Tras la muerte en 1895 de su dueño, el famoso médico Faustino García Röel, soltero, ateo, epicúreo y liberal, pasaría a manos de los jesuitas que instalaron allí su residencia y un colegio masculino muy asistido por la burguesía asturiana. La política anticatólica llevada a cabo por la segunda República española a poco de su proclamación el 14 de abril de 1931 tuvo, entre otras consecuencias, la expatriación de los miembros de la Compañía de Jesús y la confiscación de sus bienes por el estado que les daría el destino estimado como más pertinente: en el caso ovetense se conservó el centro de enseñanza, pasándolo de colegio privado a instituto público y como tal estuvo funcionando hasta que en octubre de 1934 los revolucionarios contra el legítimo Gobierno republicano decidieron destruirlo volándolo con una potente carga de dinamita, diríase que conforme a su decidida hostilidad contra la cultura que ya se había llevado por delante a la Universidad ovetense.

En ese Instituto -trasladado después de la destrucción del edificio al grupo escolar «Pablo Miaja», sito en la calle General Elorza -fui alumno- libre oyente, primero, y oficial, más tarde -de Acisclo Muñiz Vigo (Don Acisclo), catedrático de Geografía e Historia, una de las viejas glorias del centro que por entonces alcanzaba una muy digna calidad a la que contribuían profesores de distintas generaciones, pues junto a quienes pudieran ser tenidos como patriarcas figuraban docentes más jóvenes como Juan Francisco Yela Utrilla, Gonzalo Suárez y Antonio Ortega hasta que, malaventuradamente, la creciente politización nacional, quebrando la deseable normalidad, propiciaría la llegada de la violencia. A su término -el de la Guerra Civil-, regresados al Instituto, notaríamos los alumnos bastantes cambios en el estamento profesoral y en las costumbres y ambiente: por ejemplo, la coeducación, impuesta por el régimen republicano, había sido prohibida y la Religión era nueva y obligatoria asignatura en varios cursos del plan de estudios vigente. Don Acisclo, más envejecido, cercana ya su jubilación, continuaba con sus clases geográfico-históricas, amenizadas por una práctica suya habitual como era la lectura comentada de capítulos de libros que ampliaban nuestro panorama escolar y, de este modo, la obligada «Geografía de España», en un texto más bien poco atractivo del catedrático José Ibáñez Martín, alternaba (según mi recuerdo) con la lectura de un libro francés, traducido sobre la marcha, que daba cuenta de sucesos y personajes de la Revolución Francesa. Serían las últimas lecturas noticiosas realizadas por Muñiz Vigo, jubilado en 1938 y fallecido tres años más tarde.

No sabíamos aquellos últimos alumnos de su cátedra las diversas actividades que habían ocupado su tiempo hasta la coronación de su carrera como catedrático del Instituto ovetense donde antes fuera auxiliar numerario y secretario del centro. También había sido, y así constaba en la portada de alguno de sus libros, profesor de Escuela Normal y Perito Mercantil; miembro de la Sociedad Geográfica Nacional y Caballero de la Orden Civil de Alfonso XII, a más de colaborador frecuente de la prensa ovetense.

De ese cúmulo de actividades he destacado en el título de mi artículo la devoción cervantina de Muñiz Vigo y su condición de tratadista de la geografía asturiana, manifiestas una y otra en algunos de sus libros. Haciéndose partícipe de sendas conmemoraciones cervantinas -1905, tercer centenario de la publicación de la primera parte del «Quijote», y 1916, tricentenario de la muerte de su autor- preparó un llamado «Catecismo de Cervantes», declarado por Real Orden del Ministerio de Instrucción Pública como de texto para las escuelas públicas españolas, lo que aseguraba una edición copiosa en número de ejemplares, declaración ratificada once años más tarde respecto del volumen «Cervantes en la Escuela», doscientas catorce páginas que constituyen una ampliación del «Catecismo...», dedicado como éste a los maestros de España e Hispanoamérica a cuyo cuidado confía el autor la misión de «inculcar» (mediante su empleo) «en las juveniles inteligencias las grandiosas enseñanzas que, para la vida de la cultura, encierran las producciones todas del incomparable e inmortal Cervantes». Varias ediciones verían la luz, amparadas por la correspondiente Real Orden, firmada por el ministro Julio Burell el 27 de enero de 1916, en la que se hacía constar que semejante distinción oficial recomendatoria se debía a «su fin, contenido, cualidades pedagógicas y hasta por sus condiciones materiales», a cargo de la editorial burgalesa Hijos de Santiago Rodríguez, especializada en publicaciones didácticas. El catedrático Aniceto Sela, rector entonces de nuestra Universidad, compuso, a petición del autor, un breve prólogo (en forma de carta) para el libro, párrafos elusivos los suyos pues «¿qué prólogo puedo yo escribir para una obra de esta clase?», «¿comentaré la Real Orden del Ministerio de Instrucción Pública?», «¿discurriré acerca de la conveniencia de que en las escuelas se dedique atención especial a los ejercicios de lectura?», perplejidad resuelta en el párrafo final con las siguientes nada comprometidas palabras: «Me limito, pues, a aplaudir muy sinceramente la publicación de la obra y a desearle muchas y muy numerosas ediciones».

Luego de unas cuantas páginas acerca de la vida de Cervantes, viene una antología de su obra integrada por «trozos selectos» del «Quijote» tomados de sus dos partes y, también, de las «Novelas Ejemplares» y de sus versos -«perlas poéticas» denomina el antólogo a los siete poemas ofrecidos, más bien fragmentariamente-. Diríase que Muñiz Vigo no se tomó el trabajo de comentar los textos elegidos, como si no quisiera coartar con sus indicaciones al respecto las propuestas por los maestros a quienes, sin embargo, se permite aconsejar con ciertas sugerencias metodológicas o prácticas de suma sencillez, formuladas con el objeto «de contribuir poderosamente al aprendizaje de nuestro hermoso idioma y al cumplimiento de las Reales disposiciones vigentes». Una docena de reproducciones de obras pictóricas de artistas contemporáneos no muy conocidos, con motivos cervantinos y quijotescos, ameniza el contenido de estas páginas.

Considero más valiosa su obra geográfica de tema asturiano, el libro titulado «Geografía Especial de Asturias», con dedicatoria al Ayuntamiento de Oviedo en cuanto «genuino representante de la muy noble, leal y benemérita ciudad de Oviedo, capital de la provincia de Asturias», tierra tan llena de sobrados motivos «para exaltar los sentimientos espirituales y los afanes que puedan interesar más a los viajeros». La primera parte del libro -capítulos uno a once- (manejo la tercera edición: Oviedo, imprenta Sucesores Ojanguren, 1935) informa sobre aspectos de conjunto, amplios o generales, como la hidrografía o la agricultura, las comunicaciones o el orden judicial y el militar; la segunda parte -capítulos doce a veintiocho- la ocupan los partidos judiciales, ordenados alfabéticamente (de Avilés a Villaviciosa) y, dentro de cada uno, los ayuntamientos que los integran, con noticias relativas a estadística, situación, orografía, hidrografía y producciones, apartados a los cuales acompañan algunos más a propósito de parroquias, escolaridad, principales núcleos de población, etc., cuestiones si se quiere de ámbito más reducido, pero ciertamente útiles. A todo ello debe añadirse la ilustración con los escudos de los partidos judiciales, primero, y los ayuntamientos, después, así como los mapas-planos correspondientes.

Muñiz Vigo, tan familiarizado con los concursos de méritos convocados por Instrucción Pública, obtuvo para esta Geografía de Asturias el informe recomendatorio pertinente, que la estimaba «útil para las escuelas nacionales y especialmente las de Asturias» pese a lo cual y a que dicho libro «va saturado de bonísima intención pro Asturias», diríase que se siente inseguro sobre el mismo frente a posibles y desfavorables arremetidas de los engreídos, supuestamente sabios, que vilipendian por costumbre el trabajo ajeno y a los que llama despectivamente, en un muy explícito prólogo, «zoilos, gaudencios y furios».