Circula por ahí abundante teoría sobre los modos posibles de asimilar a los inmigrantes, pero en la práctica se siguen dando, en lo tocante a esto, palos de ciego y reiterados resbalones. Para qué nos vamos a engañar: las aportaciones verdaderamente eficaces e imaginativas parecen aún lejos del alcance de la clase política. Por eso nos llama la atención el caso de Ramón Llada, «Barullos», un conocido y polifacético hostelero de Llanes, regente del bar del Casino y marido de Pilar Celorio, hija de la popular Pepa «la de Acho» Este Barullos -en cuyo rostro curtido se adivina una fuerza de convicción como la del padre Ángel y un activismo de culu peláu, como el de Daniel Cohn-Bendit- es un adelantado de la multiculturalidad y podría asesorar al alto comisariado de la ONU sobre temas de integración de los inmigrantes. Barullos es la caraba. Verle entrar en el bar El Pescador, en el corazón de la efervescente e histórica calle de Manuel Cue, y saludar en su idioma a los jóvenes senegaleses (Abdul, Serin y Bamba) que ofrecen al mundo, honrada y educadamente, su trajinada carga pirata de cedés y uvedés, es la apoteosis: «¡Nangaref!» («¡Hola, cómo estás!»), exclama Barullos. «¡Magnifique!», le responden los negritos, con una sonrisa de oreja a oreja. Antonio Barreiro, el chigrero, ya se ha ido acostumbrando a esta prueba de intercomunicación étnica y cotidiana que se está haciendo un hueco en la vida urbana llanisca de un modo muy natural.

«¡Salam ma licun!» («¡Buenos días!»), añade en su saludo Ramón Llada. «¡Ma licum salam!», le contestan los africanos.

Este proceso de, digamos, interacción y de asimilación lingüísticas se está haciendo ahora más complejo, en la medida en que se ha empezado a combinar con la xíriga, que era lo único que nos faltaba para el duro. Y mientras los parroquianos amplían su vocabulario de uolof (el idioma de Senegal) y los senegaleses, en contrapartida, se inician en el léxico de la xíriga (el lenguaje de los tejeros llaniscos), como si fuera lo más natural del mundo, entre una cosa y otra, los turistas vascos y madrileños, que son testigos de estas inesperadas escenas costumbristas del siglo XXI, quedan mudos, atónitos y patidifusos, que diría Forges.

Poco a poco se está avanzando en esta materia gracias a la escuela de la vida que se respira en los chigres típicos y, sobre todo, gracias a la constancia de Barullos. Se apuran los vasos de vino y se asiste, de paso, a una amena pero rigurosa clase de gramática y de lengua, en plena era de la globalización. Así, algunos alumnos aventajados ya saben traducir al senegalés varios vocablos y verbos de la xíriga que son muy comunes por aquí: «zancañeru» (amigu, compañeru) sería en uolof «sama jarest»; «guxa» o «gorreta» (mujer) es «diegene»; «pete» o «gorre» (hombre, paisano) es «gore»; «verbear» (hablar) es «wuag»; «visontear» (ver, mirar) es «khole»; «mayar» (comer) es «lek»; «orbito» (borrachu, enfiláu) es «mandi»; «musendu» (burru) es «mbame», y, en fin, que así se va progresando y así nos vamos cultivando todos, como si estuviéramos matriculados en un curso de verano.

De momento, tenemos algo muy claro: que con esta fraternidad verbal y mestiza de la que es apóstol Barullos se está tendiendo un puente para el diálogo Norte-Sur y abriendo, quizá, también, una vía de experimentación social que no se le había ocurrido ni a Kofi Annan.