He tenido ocasión, junto al fotógrafo José Ramón Rodríguez Trespalacios, de contemplar detenidamente el retrato que ha hecho la pintora madrileña Nieves Salas Montero de Pilar Pérez Bernot, la popular y querida comerciante llanisca fallecida hace algo más de dos meses a los 84 años de edad. Es un dibujo de considerables dimensiones y coloreado con mesurados tintes ocres, realizado a partir de una fotografía de José García Arco, Pepe, fechada en la playa de Toró en 1942 (esta foto había ilustrado la crónica de Ramón Batalla dedicada a las exequias de Pilarina en la edición de LA NUEVA ESPAÑA del 20 de mayo pasado).

Todo el mundo coincide en afirmar que Pilar, la de ultramarinos «La Pilarica», forma parte íntima y honrosa de la historia y de la intrahistoria de Llanes. Pilarina -tan dulce, tan valiente y tan trabajadora- ha quedado incorporada de pleno derecho a una iconografía sólo reservada a las personas irrepetibles y representativas de un tiempo y de un lugar: su nombre y su vida ejemplar van a permanecer bien grabados en la memoria colectiva de los llaniscos.

Sin haberlo buscado, Pilar Pérez Bernot ya está en internet y en las hemerotecas, que son inmortalidades virtuales de cartón piedra perseguidas hoy, obsesiva y febrilmente, por muchos mortales; y ahora, ya muerta, ha servido de modelo a una artista que ha sabido reflejar fielmente, en un retrato excepcional, la expresión abierta y luminosa que siempre la caracterizó. (De su padre, Pedro Pérez Villa, «el Sordu», también se hizo en su día un retrato notable muy conocido: en 1916, el fotógrafo Cándido García lo inmortalizó ante un telón de fondo marino, en una pose de pescador de roca, con los calzones remangados, un centollo en una mano y un celabardo en la otra, como un Neptuno coronado con una boina).

La imagen póstuma de esta dama nacida en el Barriu Bustillo en 1924 la acaba de componer Nieves Salas con acertado nervio óptico. Un retratista de sólidos fundamentos ha de saber captar -como sabe captar Nieves- la complejidad de las miradas y comprender las claves de la conducta humana, lo cual tiene mucho en común con la percepción de un psicólogo. El bello y sonriente rostro de Pilarina ha sido dibujado con una elegante sobriedad. Trasciende del cuadro una serena espiritualidad, una sencillez y una autenticidad en armonía con el personaje retratado. No falta ni sobra nada en él. No hay ningún elemento inquietante. Ningún artificio. Nada de la enigmática sonrisa de la Gioconda, sobre cuya interpretación se empeñó Freud en dar tantas vueltas y revueltas, buscando tres patas al gato, en su ensayo «Psicoanálisis del arte».

Nieves Salas ha hecho, simplemente, una obra de arte, que algún día -suponemos- será revelada al público. Ha expresado sin ambages la alegría de una muchacha humilde, bondadosa y llena de ilusiones, que, a través del objetivo de la cámara de Pepe miraba de frente al mundo y a la vida que tenía por delante, y que después llegaría a ser uno de los paradigmas de la mejor actividad comercial en la villa del poeta Ángel de la Moría.

(Nieves Salas está muy vinculada a Llanes -en la localidad de Poo posee su segunda residencia desde hace años-. Formada como pintora en los talleres de Francisco Merayo, Íñigo Muguerza y Sáinz de la Maza, tiene su estudio en Las Rozas, donde imparte clases de dibujo y pintura. Su obra es clasicista, sutil e intimista. En 2007 presentó en la Casa de Cultura de Llanes la que fue mejor exposición, probablemente, del «Verano Cultural» del Ayuntamiento llanisco).