En agosto, el profesor José María Naharro Calderón dirigió en la Casa de Cultura de Llanes el curso de la Universidad de Alcalá titulado «Campos de concentración: castigo y condena» -séptimo encuentro que promueve en la villa llanisca sobre la Guerra Civil y la recuperación de la memoria histórica-, en el que participó como ponente Tàrio Rubio, un catalán de 88 años que es uno de los dos únicos supervivientes que quedan de los miles de presos republicanos que levantaron el mausoleo del valle de los Caídos.

Atento a las ramificaciones que suelen presentar los asuntos de esta índole, Naharro no se olvidó en el curso de hablar de las facilidades de que disfrutaron bajo el régimen franquista los nazis huidos de Alemania, para establecerse en España tras el hundimiento del Tercer Reich, en 1945. Nos proyectó un documental (»El paraíso de Hafner») del realizador austriaco Günter Schwaiger, que nos pareció a todos ilustrativo a más no poder. En él se entrevista a un ex oficial de las SS, antiguo guardián del «lager» de Dachau, que vive tranquilamente en Madrid, y desde la primera imagen es perceptible el mal trago que debió pasar Schwaiger -un director comprometido con las causas antifascistas- al grabar el monólogo de un anciano que se ufana de su terrible pasado. Se abrió un animado coloquio al término de la proyección y el escritor Francisco Núñez Roldán evocó un recuerdo de su infancia en Lora del Río: hace más de cuarenta años, un extraño personaje residía en aquella localidad sevillana, en una mansión de las afueras, sin mezclarse con la gente del pueblo, y le veían recibir visitas de gente, igualmente extraña, que llegaba en automóviles; según pudo saber más tarde Núñez, aquel elemento era León Degrelle, fundador del movimiento nazi en Bélgica y estrecho colaborador de Hitler.

Llanes también contó -y este es un tema aún sin investigar- con la presencia ocasional de significados nazis (por ejemplo, a principios de los años 50 estuvo aquí, veraneando, Otto Skorzeny, ex comandante de una unidad especial de las SS, libertador de Mussolini en Gran Sasso en 1943 y participante en la ofensiva de las Ardenas). Por eso decidí meter baza en el coloquio y referí dos apuntes inéditos. Uno, el difuso recuerdo de un alemán, antiguo alto cargo del Ministerio de Exteriores de Ribbentrop, del que me habló el pintor Jesús Palacios. En 1946, aquel hombre estuvo alojado durante unos meses con su esposa en una de las habitaciones que se alquilaban a los turistas encima del bar Palacios, en la calle Nemesio Sobrino, y creo que le llamaban Federico. Ella era «cuarterona», según el rasero de las leyes de Núremberg (es decir, tenía en su genealogía un abuelo judío). Se marcharon, en cuanto les soplaron que pesaba sobre él una orden internacional de busca y captura, y siempre me preguntaré cómo llegó a saberse que la elegante esposa de aquel prófugo nacionalsocialista era de ascendencia hebrea.

El otro caso que expuse me toca de cerca: Juan Pérez Bernot, hermano de mi madre, era un confitero que se alistó como voluntario en el batallón de «El Coritu». Murió en combate por la zona de Tarna en 1937 y fue enterrado en una fosa común, mas su placa y su cédula de identificación nunca llegaron a casa. Sesenta años después, Wenceslao Junco Marín (Vencines), que estaba en posesión de muchos secretos llaniscos, me haría una escueta confidencia: «Con la identidad de tu tíu entró un pez gordu hitlerianu en Argentina en 1945». Nada más y nada menos. (Tras revelar esto, le he pedido a Naharro que me haga el favor de indagar en la Fundación Wiesenthal, dedicada a la caza de nazis, a ver si logra sacar algo en limpio).