La editorial alemana Nomos, de Baden-Baden, acaba de publicar la tesis doctoral de la socióloga Beatrice Schlee, en la que se aborda concienzuda y minuciosamente la transición política en Llanes. La voluminosa obra se titula «Die Macht der Vergangenheit. Demokratisierung und politischer Wandel in einer spanischen Kleinstadt» (es decir, más o menos: «La fuerza del pasado. El cambio político hacia la democracia en una pequeña localidad de España»). Beatrice me ha traído el libro, pero aún no lo he leído (aunque no pierdo la esperanza de que algún día la lengua de Günter Grass deje de sonarme a chino), pero he seguido tan de cerca su trabajo que me atrevo a presumir de conocer la valía de la que da muestras esta mujer en sus labores académicas. Schlee -un talento salido de la factoría de la Universidad de Friburgo- es una fiel amiga de Llanes y de Gijón. La conozco desde hace diez años. En la ciudad de Jovellanos, desde un piso de Cimadevilla, cerca de la antigua fábrica de tabaco, respiró a fondo la efervescencia de una capital vitalista a más no poder (los alemanes suelen encajar muy bien en Asturias, como recogió Ramón Alvargonzález en un esclarecedor libro publicado por Ediciones Nobel en 2003). En nuestra zona, Beatrice Schlee pasó temporadas (probablemente científicas y poéticas, a partes iguales) en una mansión de costillares de roble y castaño situada en Cue, propiedad de Ruth Brendel, la viuda de José Luis Mijares Gavito (el llanisco más germanófilo que dio el siglo XX). Acertó a esquivar la masificación estival y percibió en el paisaje llanisco pinceladas que le recordaron el alma de la Toscana, según me contó alguna vez.

Han transcurrido treinta y tres años desde la muerte de Franco, y aquí pasa lo que pasa: que a ningún llanisco se nos ha ocurrido estudiar todo lo que se fue cociendo en el camino hacia la recuperación de las libertades democráticas. Vivimos en un lugar donde los investigadores de la historia son ahora tan escasos como los mediocentros en el Atlético de Madrid. Por eso me parece que Beatrice es un fichaje de primera división; una investigadora imparcial que ha sabido adentrarse en la fontanería de unos años nuestros cruciales.

Su labor de campo tiene el rigor y la capacidad de observación de su ilustre paisano Humboldt. Sus resultados, que inquietarán a cuentistas y fabuladores de uno y otro bandos, nacen de un espíritu sin orejeras. Desde su inmaculada y obstinada imparcialidad, Beatrice rastreó los procesos políticos con una vocación que tiene mucho de exploración geográfica, objetiva, antropológica y empírica, en todos los vericuetos y ambientes sociales habidos y por haber. Recabó y sopesó el testimonio de buenas y malas conciencias, de comerciantes al por menor, de viudas y huérfanos de la guerra, de camisas viejas, de socialistas, de comunistas, de centristas, de tránsfugas, de los ganadores, de los perdedores y de los empatados, de guerreros anónimos y soldados sin graduación, de pescaderas y chigreros, de ganaderos y labradores, de indianos, de sindicalistas, de políticos con chollos y sin chollos, de intelectuales y obreros, de marqueses, de constructores, de marineros y de tejeros... Quizás hasta de algún insospechado masón. Y después de objetivar toda esa visión de ayer y de hoy, esta encantadora dama del Norte se marchó al Sur, a dirigir en Zimbabwe un proyecto propiciado por una ONG.

Como diría Emilio Serrano, alzo mi copa por ella. No me cabe duda de que, por estos andurriales, el principal desafío editorial va a ser, inexcusablemente, traducir al castellano ese volumen suyo de más de 600 páginas que ha visto la luz en Baden-Baden.