Recién salido del horno, el libro titulado «Ni cautivos ni desarmados. Asturianos refugiados en Cataluña (1937-1939)», de Etelvino González, toca un tema todavía poco investigado. Habla el autor de la suerte que corrieron 50.000 paisanos nuestros (mujeres y críos, la mitad) que, tras el hundimiento del Frente Norte, se establecieron temporalmente en la región catalana, y nos parece que su ensayo histórico está llamado a provocar un efecto evocador y multiplicador entre los investigadores de la guerra civil. La obra es un estimulante desafío para intentar seguir el rastro inédito de aquellos miles de refugiados.

Los llaniscos sabemos muy bien que en aquel escenario de derrota (aunque la obra citada no se extienda en estos detalles) compartieron refugio significados republicanos de Llanes. Tras la embarullada salida desde El Musel, en octubre de 1937, y después de conseguir alcanzar la costa francesa, un indeterminado número de hombres y mujeres cruzó la cordillera pirenaica y dio con sus huesos y su desventura en Barcelona. Permanecerían allí quince meses. Los afiliados al PSOE se integrarían en la Agrupación de Socialistas Asturianos (ASA), formada en la sede del Centro Asturiano. La agitada Ciudad Condal sería el refugio de gentes como el arquitecto municipal Joaquín Ortiz, cofundador de la Agrupación Socialista llanisca en 1932, el ebanista Simón Valderrábano, concejal por UGT tras la victoria del Frente Popular y artífice, en 1936, del extraordinario hangar que proyectó Ortiz para el aeródromo de Cue (en Barcelona sería el encargado de un economato en Las Ramblas), el ferroviario Pepe Saiz Muñiz (alcalde de Llanes en plena contienda y luego secretario y ayudante del consejero de guerra del Consejo Interprovincial de Asturias y León), la maestra piloñesa Veneranda G. Manzano, el pintor y decorador manchego Cándido Ruiz de las Casas (antiguo presidente de la Sociedad de Socorros Mutuos El Porvenir), Milagros Junco («la Melliza», hermana de Cruz, que en los años sesenta y setenta regentó un despacho de lotería frente al antiguo convento de la Encarnación) o Estanislao Herrero Melijosa, militante de las Juventudes Socialistas Unificadas, que, años después, acabaría consagrándose como uno de los pescadores más importantes de Llanes.

En Barcelona -ya se sabe que el mundo es un pañuelo- vivía desde hacía siete años María Luisa García (1903-1998), hija del fotógrafo Cándido García y única mujer que había ejercido en Asturias profesionalmente la fotografía en los años veinte. Casada con Emilio Ferrer, un viajante catalán, su piso de la calle Roselló se convirtió en punto de encuentro y acogida para no pocos refugiados llaniscos. En un reportaje publicado en LA NUEVA ESPAÑA el 11 de mayo de 1997, dentro de la serie «Las memorias del siglo», María Luisa le contó a Eduardo García que en su casa residió durante un tiempo Joaquín Ortiz. De labios de Maruja Martínez Morán (toda una protagonista de la historia, hermana de concejales del Frente Popular y directora del hotel Victoria, el enclave llanisco más glamuroso durante los años treinta) oímos el relato de un recuerdo fragmentado: a través de senderos abiertos entre la nieve, treinta o cuarenta llaniscos cruzaban el Pirineo a pie. Corría el mes de febrero de 1939. Allí estaban, en medio de un torrente de sombras sin voz, el arquitecto Ortiz, el abogado Dionisio Madiedo, el director del Instituto de Segunda Enseñanza Manuel Vázquez Garriga, Maruja Martínez Morán, con varios de sus familiares, y una dama de 82 años, Conchita Gavito Noriega (de «los de la Tahona»), que fue madre dolorosa y ejemplar de una de las familias más represaliadas por los franquistas.