En poco tiempo el vendaval de la crisis ha cambiado el paisaje, haciendo que ya nada parezca igual, y lo que más sorprende es la fragilidad de un sistema aparentemente blindado, en que, casi sin transición, se han traspasado fronteras que han convertido de un plumazo lo solvente en insolvente, las sospechas en certezas y el crecimiento en crisis global.

Más allá de las convulsiones financieras, la crisis ha servido para mostrar la naturaleza de un sistema que bajo la apariencia de certidumbre esconde mucha incertidumbre y que tiene mucho de economía de artificio. Lo que la crisis ha puesto al descubierto es la esencia de un sistema que coloca ilusiones en el lugar de los hechos, que ha cambiado lo real por lo virtual y nos ofrece una realidad de ficción que crea paraísos individuales frente a la utopía perdida de los viejos paraísos colectivos, que suple la falta de convicciones con la oferta de identidades en la compra de productos y que ha hecho de la realidad una escenografía en la que lo que importa es el artificio, donde la apariencia cuenta más que la sustancia y lo que se impone es la fascinación.

Vivimos en una economía en que lo inmaterial ha desplazado ya a la producción material, en que lo especulativo se ha antepuesto a lo productivo, en que se han confundido los precios con los valores, en que hemos olvidado que para comprar hay que vender y que para repartir hay que tener, en que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y nos hemos visto arrastrados a una trampa de la deuda de la que no nos resultará nada fácil salir.

Pero ahora vemos que se tambalea ese mundo de hechos de ficción, esa especie de economía de la incertidumbre, ese mercado global que cobra el aspecto de una nueva forma de irresponsabilidad organizada, ese gigantesco casino que encumbra las apuestas más atrevidas, ese capitalismo enmascarado, dominador, que invita a lo que niega, que iguala en las costumbres y diferencia en las oportunidades.

Por eso, habrá que empezar por poner realidad donde ha habido mucha ficción y moderación donde ha habido demasiados excesos. Pero ¿cómo afrontar las nuevas realidades de esta era tecnológica que la economía no ha acertado todavía a comprender ni a digerir; cómo adaptar un sistema que se ha quedado relegado y obsoleto ante las aceleradas transformaciones tecnológicas; cómo manejar nuevos instrumentos que han llegado a transformar al propio dinero en un mero apunte electrónico casi fuera de control? ¿Y cómo moderar los excesos en un sistema que se basa precisamente en una pulsión consumista que está en su misma base, que es su misma esencia, que no parece tener límites y que ya estamos viendo lo que ocasiona cuando se empieza a detener?

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