No quisiera que este comentario a vuelapluma sobre nuestros ejércitos fuera interpretado como una crítica a quienes los integran, sino, muy al contrario, como una nota de perplejidad ante el tratamiento que les dan los políticos y que, a mi modo de ver, desvirtúa de algún modo la esencia de lo militar. Siempre tuve un gran respeto por la profesión de soldado, que entiendo como una escuela de reciedumbre, de valor, de patriotismo, de austeridad, de honor y de disciplina. He tratado a muchos militares, algunos de alta graduación y de mi particular recuerdo, caso de los generales Villaescusa , luego secuestrado por el GRAPO, y Guillermo Quintana, asesinado por ETA casi a las puertas de mi primera casa en Madrid, ambos de gran calidad castrense y humana.

No hablo de golpismos ni de dictaduras, tan del gusto de evocar por una izquierda empeñada en exhumar pretéritos tenebrosos. Pienso que el concepto auténtico de lo militar chocaría con el que ha impuesto la disgregadora política zapateril, que ha cometido, por ejemplo, la provocación de nombrar ministra de Defensa a una chica que se ha distinguido por su desamor a la unidad de la nación española. Sin olvidar los manejos de José Bono «descafeinando» lemas, himnos y eslóganes en los cuarteles.

Un pretencioso «Gobierno de España» firma, como ahora suele hacer, los anuncios de estas fechas en los medios de comunicación ante el Día de las Fuerzas Armadas, una jornada que tuvo algún antecedente vergonzante en Cataluña. Publicidad ésta en la misma línea de la realizada para atraer a jóvenes con el señuelo del empleo y de la formación profesional, siempre bajando el listón de la exigencia.

Lo que se publicita en este caso centra el mensaje no en la auténtica misión de las Fuerzas Armadas, sino en otras funciones secundarias o marginales, tan meritorias como discutibles: recoger gente en la Antártida porque se acerca una borrasca, patrullar en un mercado afgano para prevenir disturbios, combatir la piratería en el Índico, apagar un fuego en Galicia y -lo que no se dice, pero sí se hace- transportar políticos de partido en campaña electoral?

Sin perder de vista otras misiones fuera de nuestras fronteras, en África, Asia y América, como atender a menesterosos, entrenar reclutas, repartir víveres, mantener el orden público, controlar unos comicios o ejercer de árbitro.

No es que estén mal las tareas misericordiosas y asistenciales, pero tengo para mí que eso no es lo que distingue el cometido fundamental de los ejércitos, sino lo que consta en el artículo 8 de la Constitución: «Garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional».

Según leo, las recientes ordenanzas militares sustituyen la moral por la ética como código de conducta militar. Una aproximación más al relativismo práctico que permite poner el acento, más que en los valores permanentes, en la discrecionalidad política del momento. A cuyo servicio se ponen unas fuerzas armadas que están para algo más serio que hacer de policías, cooperantes o bomberos.