Las aguas que utiliza en El Rellouso de Malleza, en tierras de Salas, el molino de Claudio García, de La Barraca de toda la vida, las devuelve al cauce del río Aranguín y quince kilómetros más abajo, en territorio ya de Pravia, son desviadas en un artesanal banzao que a través de una presa de considerable anchura las lleva, con ligero desnivel, hasta los molinos de La Veiga, en Cañedo, que están en funcionamiento desde el año 1890 y son propiedad de Segundo Álvarez.

Algo muy especial deben de tener las aguas del Aranguín que permiten que tanto Claudio como Segundo disfruten de una salud similar a la de los robles que se encuentran en ambas riberas del río. Entre los dos suman muy por encima del siglo de actividad molinera. Y hay cuerda para mucho tiempo en ambos casos. Conviene decir, antes de seguir adelante en esta breve historia, que ambos son íntimos amigos y cuando Segundo tiene mucha demanda de harina y sus tres muelas no dan abasto, pese a que no se paran más que para ser «picadas», llama a Claudio para que, más arriba, le muela unos sacos de maíz, de trigo o de centeno.

El molino de Claudio tiene dos muelas en funcionamiento. Durante muchos años se le conocía como el molino de Ligero, titulación que se dice le dieron los parroquianos porque el dueño era un hombre que no se apuraba nunca, condición que debe de ser aconsejable en este oficio, ya que cuando en verano hay poca agua no vale ponerse nerviosos y hay que repartir el caudal entre una y otra muela porque ambas a la vez necesitan de una cantidad que no llega desde el banzao, situado pocos metros más abajo del puente de La Barraca, que da acceso a los pueblos de San Cristóbal y El Cándano.

Pero aquel molino de Ligero llegó a quedar abandonado y medio derruido. Claudio, que tenía molinos eléctricos en su almacén de piensos, ha vivido siempre quedándose dormido por la noche escuchando el rumor del río y se decidió a restaurarlo. La tarea resultó costosa porque hubo que utilizar madera y piedra que se exigían por parte del Principado, pero al final quedó un molino de exposición. Que lo es porque son muchos los visitantes que tiene, favorecido todo ello por encontrarse al borde mismo de la carretera que desde La Granja conduce a las brañas de Malleza, con salida hacia Valdés por Cerezal y Lendepeña. Y ahora ya es para todos el molino de Claudio. Incluso, para los que íbamos a moler con Ligero cuando éramos niños.

Claudio, que no es la primera vez que aparece en esta ventana periodística, es un hombre imprescindible en la comarca alta del Aranguín. A su tienda-bar-almacén de todo se puede acudir desde las ocho de la mañana hasta la media noche a buscar lo que necesites. Ya anochecido es fácil encontrarle, a la luz del generador, cargando la muxega del molino para que éste pueda trabajar hasta por la mañana. Hombre de gran cordialidad, siempre con un gesto amable para con todos, de una educación exquisita, sereno y ponderado en sus juicios, le tenemos muchos vecinos más jóvenes que él como el asesor más fiel, equilibrado y justo de toda la ribera del Aranguín.

Más abajo, en los molinos de La Veiga de Cañedo, Segundo ha convertido sus tres muelas en un modo de vida, pero también en un museo del bien moler. Los rodeznos de su instalación están en funcionamiento desde hace ciento veinte años. Elabora harina de maíz, de maíz torrado, de trigo, integral, de centeno y de escanda. Y en plena faena tiene la suficiente paciencia para ir explicando a las visitas todos los secretos de sus molinos. Por la tarde suele pasar al otro lado del río para tomar algo en la Cocina de Telvi, en las Brisas Pravianas. Al fondo divisa las luces de la capital del concejo, pero él no ha desertado nunca de sus molinos y sigue viviendo, como Claudio, quedándose dormido por la noche mecido por el rumor de las aguas del Aranguín. Las mismas aguas que kilómetros más arriba han movido las dos muelas del molino de su entrañable amigo.

A la vista de la fortaleza física y de lo bien que se conservan estos dos veteranos molineros de la ribera del Aranguín, voy a llevarle a Muñó de Siero al perito jubilado de la Empresa Municipal de Aguas de Gijón Abel del Llano -también fue molinero desde niño en Linares de Salas- un bidón de agua del Aranguín para que saque las conclusiones correspondientes sobre la fuente de salud que supone el vivir por, para y sobre el río que tiene su nacimiento en las estribaciones del pico Aguión.

Ni Claudio ni tampoco Segundo quieren oír nada de dejar de ser molineros. Estoy seguro de que son felices viendo caer la harina en el mendral de sus molinos. Doy por hecha la pregunta. Al primero de ellos se le ha concedido, no hace mucho tiempo, el título de socio de honor de «Los Picos», en La Arquera, por su contribución al desarrollo económico y social de la comarca, y a Segundo tendremos que ir pensando, aunque está en territorio praviano, el distinguirle también por su entrega y bondad, cualidad que adorna a dos de los molineros más veteranos de Asturias y los únicos que quedan en los veinte kilómetros de recorrido que tiene el Aranguín desde Aguión hasta la desembocadura en el Nalón, al pie mismo de la villa de Pravia. En todo caso, es un honor ser amigo de ambos. Tienen aún mucho que enseñarnos a los que vamos un poco por detrás de ellos. Y ahora que se escucha tan poco a los mayores uno piensa que sus molinos bien podrían ser también escuela de formación para jóvenes que deseen ir por la vida con rectitud y seriedad para convencerlos de que la clave está en el amor al trabajo y en la hombría de bien.