En cierta ocasión oí decir a un descerebrado: estamos al borde del abismo y no podemos seguir así; hemos de dar un paso al frente. No volví a verlo.

Muchos de ustedes habrán volado entre Madrid y Oviedo, y recibido instrucciones sobre el uso del salvavidas, cuya utilidad es más que cuestionable sobrevolando tierra. Posiblemente -como ya me ocurrió a mí dos veces- habrán sido invitados a entrar en un avión mientras repostaba, lo que está expresamente prohibido por normas de seguridad obvias.

Explíquenme por qué, en extensas áreas de la T-4 de Barajas, no hay más sillas disponibles que las de las cafeterías. Por qué la referida T-4 ha sido diseñada más como una gigantesca galería comercial que como una funcional terminal de aeropuerto. Por qué la magnífica megafonía de la susodicha instalación no se emplea para informar sobre los vuelos, como se hace en la mayor parte de los aeropuertos del mundo, y sí, casi exclusivamente, para recordar machaconamente que está prohibido fumar... y, por qué no, también atracar, violar o asesinar. Explíquenme -si pueden- por qué un viajero que llega de un vuelo internacional ha de someterse sucesivamente a tres controles de pasaporte y dos chequeos; mientras que, por otra parte, se reconocen problemas de seguridad en los controles de pistas.

En esta exposición de disparates actuales hay muchas más cosas que mostrar:

En cualquier mitin electoral de cualquier político de tercera regional, si usted hace la más mínima observación discrepante, se arriesga seriamente a que cuatro gorilas lo saquen violentamente del local, sin que se refleje una mínima protesta en los medios.

Al Rey de España se le ha vejado públicamente -al menos que yo recuerde- en Barcelona, en el Parlamento vasco y en el stadium de Valencia mientras sonaban los acordes del himno nacional, cuando cinco mil energúmenos -casualmente provistos de pitos y banderas separatistas- emboscados entre sesenta mil espectadores sensatos insultaron a la Corona y a todos los españoles que la respetan, de acuerdo con la Constitución vigente.

No es necesario recordar que el Rey no es representante de ningún partido político monárquico, sino el jefe del Estado del Reino de España. Disparatadamente, se ha sancionado al director de Deportes de TVE por tratar de paliar la transmisión de este bochorno nacional del que, obviamente, no era responsable.

¿Cuándo va a controlarse, sancionarse y prohibirse la entrada de individuos inciviles en los campos de fútbol? ¿Tan difícil es hacer controles de barrido en las gradas con unas cuantas cámaras de televisión, cuando hay más de tres mil en la red del Metro de Madrid? Insultar a un concejal es un delito. ¿Al Rey, no?

Similares conductas de incivismo se han observado hace pocos meses en la ocupación del rectorado de la Autónoma de Barcelona, y más recientemente en las intolerables vejaciones públicas a nuestro rector, y con él a todos los universitarios ovetenses.

Los impresentables que adoptan o respaldan estos desmadres u otros similares se acogen a la libertad de expresión democrática, confundiendo democracia con demagogia, y libertad con libertinaje.

Mi diagnóstico, al respecto, es claro: o se termina radicalmente con estos insultos y graves faltas de respeto a las personas y a las instituciones, o las veremos prodigarse y crecer hasta estallar en actos de violencia física, como ya sucedió en la Universidad Autónoma de Barcelona.

Y precisemos que, en el fútbol u otro espectáculo de masas -que no deporte- nadie obliga a concurrir a una determinada competición a cualquier equipo. El que no tenga el menor respeto o aprecio por un determinado trofeo; fuese la copa del generalísimo, sea la del Rey, la de la UEFA; o por la institución que las haya promovido o promueva, que tenga el mínimo decoro de retirar esos trofeos de sus vitrinas, y de no participar en sus siguientes convocatorias. Lo contrario es una demencial inconsecuencia punible, con una sanción que se debe aplicar con el mayor rigor.