No me puedo creer que a estas alturas de la historia Francisco Franco vaya a ganar una batalla después de muerto. No, no me puedo creer que Baltasar Garzón termine apartado de la carrera judicial por haber intentado abrir las fosas de la guerra civil a petición de algunas asociaciones de familiares que tienen a sus muertos perdidos por las cunetas de media España.

Yo no sé si desde el punto de vista procesal Baltasar Garzón ha actuado adecuadamente o no, pero sí me parece una mala jugada que su carrera judicial se pueda ir al traste por este asunto. Bien es verdad que a Baltasar Garzón todo el mundo le tiene ganas, incluso los que ahora pasan por ser sus amigos. El juez se ha convertido en un personaje todopoderoso al que achacan conocer información confidencialísima de todo aquel que es alguien en este país y, claro, eso provoca temblores en muchos.

Además, todas las sociedades buscan mecanismos para neutralizar a quienes llegan a tener demasiado poder en sus manos. Y el problema de Garzón no es sólo que tiene un gran poder como juez, sino que, además, es evidente que lo tiene. En la «familia» judicial, ya saben, jueces, fiscales, abogados, secretarios judiciales, cuentan que Garzón no siempre ha afinado en sus instrucciones y comentan lo que consideran algunas extravagancias, meteduras de pata o resoluciones más que discutibles. Los que somos profanos en la materia sólo podemos escuchar y callar.

Es evidente que lo peor que puede hacer un juez es prevaricar, pero ¿intentar que se abran las fosas de la guerra civil es prevaricar? En mi opinión, todo lo que se refiere a la memoria histórica se ha hecho rematadamente mal. Y vaya por delante que creo que quien tiene un abuelo, un padre, un hermano, un tío o un conocido enterrado en una cuneta tiene todo el derecho de rescatar sus restos y darles una sepultara digna, pero ¿era necesario plantear las cosas como lo ha hecho el Gobierno? Lo digo porque la ley de Memoria Histórica ha supuesto un enfrentamiento en el seno de la sociedad por lo que parecía el intento de algunos de hacer una revisión e, incluso, pedir responsabilidades por las víctimas de la guerra civil.

La transición, con la ley de amnistía incluida, fue un pacto que sirvió para poner punto final sin revancha a cuarenta años de franquismo. Muchos defendieron la «ruptura», es decir, haber hecho ese proceso al franquismo; otros, sabiamente, optaron por lo que se hizo y que fue lo que ha permitido que hayamos llegado hasta aquí. Pero, dicho esto, en los últimos tiempos desde el Gobierno parecían alentarse aires revisionistas más allá del lógico y justo derecho que tienen los familiares de las víctimas de recuperar sus restos. Y en ese «fregado» es donde se metió el juez Baltasar Garzón.

Casi todos los políticos le tienen ganas al juez Garzón. Durante años en el PSOE lo consideraban poco menos que un demonio con cuernos y rabo, mientras que para el PP era un héroe. Hace algún tiempo cambiaron las tornas, y para el PP se ha convertido en ese demonio con cuernos y rabo y en el PSOE o, mejor dicho, algunos sectores del PSOE lo jalean.

Yo, si fuera Garzón, no me fiaría ni de los unos ni de los otros, porque los políticos no tienen amigos, sólo tienen intereses. Creo que sin darse cuenta, pecando quizá de ingenuidad, Garzón se ha dejado querer por unos y por otros creyendo que era él quien tenía la sartén por el mango. Ahora su futuro está en el aire por el asunto por el que menos merece estar en el aire. ¡Qué ironías tiene el destino!