La actualidad es incendiaria. A Madoff, camino del infierno, sus víctimas le han deseado el fuego eterno. Cuando le detuvieron, el mayor estafador de la historia dijo que eso era lo que esperaba que ocurriese cualquier día. Pero ahora, la confianza se ha derrumbado debido a la contundente eficacia de la justicia. Los tipos de una pieza acaban por descomponerse cuando les leen una condena de 150 años. Entonces lo que hacen es pedir perdón, creyendo que ello lleva implícito la rebaja, cuando lo que la pena por el fraude ha querido resumir es precisamente otra cosa distinta.

En cuanto a Jacko, el cadáver es todo lo contrario de un cadáver exquisito, sin embargo nos hemos sentado a la mesa para diseccionarlo. El funeral auténtico está pendiente de celebrar, aunque eso no quiere decir que no haya recibido las exequias del mercado que sigue haciendo caja. El padre del finado es posible que se quede sin cobrar, eso aporta emotividad al asunto.

En la otra América, son otros los fuegos. Empezando por el presidente de Honduras, convertido en héroe de la democracia cuando lo que pretendía era cambiar las reglas del juego y perpetuarse en el poder por medio de una consulta ilegal a los ciudadanos. Uno de los grandes problemas de los países latinoamericanos es la cantidad de personas que están dispuestas a creer en los caudillismos y la cantidad de caudillos empeñada en reclamar la eternidad reeleccionista. A Zelaya le han propinado un cachuchazo de los que hacen época, sacándolo del país de forma intempestiva y en pijama, y lo primero que ha hecho es reunirse con el gorila de Caracas y el violador de Managua, dos grandes personalidades del caudillismo bolivariano, pero sobre todo dos sujetos de cuidado.

En el Cono Sur, a los Kirchner se les ha quitado la sonrisa de la boca tras la nueva cita del peronismo con las urnas. La manera tradicional de convivir con el fuego es quemándose y en Argentina no hace falta el verano austral.