Un señor menudo y de aspecto elegante, de pelo cano y ojos avispados, llamado Bernard Lawrence Madoff, ha sido condenado a 150 años de cárcel por un despiadado juez federal de Manhattan.

En todos los mentideros se ha hecho apología de la rapidez de la justicia americana para imponer una condena tan rotunda a un sujeto de 71 años, porque apenas hace seis meses que se descubrió el tinglado que se traía entre manos. ¡Qué diligencia, qué ejemplo, qué extraordinario aviso para caminantes! Pero a todos esos aduladores de la venganza judicial habría que preguntarles por qué ahora. Es que Madoff no montó la estafa hace un año ni cinco, sino cuarenta. Es que su empresa fue una de las pioneras de la bolsa del mercado electrónico, es que él mismo fue coordinador jefe del mercado de valores, es que fue creador del mercado en acciones norteamericanas, es que ya fue denunciado en el año 1992 y nadie, absolutamente nadie, hizo nada, porque todos estaban encantados cobrando sus porqués.

Casi todo el mundo ha hecho elogios del castigo, salvo algunos afectados por la estafa. El acusado les pidió público perdón en el Juzgado, pero ellos se comportaron como fieras iracundas, pidiendo más sangre, sudor y hierro para el anciano de tímida sonrisa.

El comportamiento del común y especialmente el de sus víctimas económicas ha sido profundamente inmoral, porque hace menos de un año todos le cubrían de elogios como genio de las finanzas. Es que les iba muy bien en el machito, porque, oiga, el viejo ofrecía un interés de dos cifras por el dinero que se le confiaba, cuando el resto no daba más que unos céntimos al año, y no todos, que quienes los recibían se podían dar con un canto en los dientes.

¿Qué esperaban? ¿Acaso pensaban que ese tropel de dinero fácil era inmaculadamente limpio? No, la verdad es que eran tan sinvergüenzas como él. A fin de cuentas, este asunto es lo mismo que el timo de la estampita, para el que es necesario que sea tan estafador quien lo practica como quien cae en la trampa.

Sobre el abuelo ha caído el peso de la venganza y sólo sobre él. ¿Cómo es posible que montara esa inmensa estafa él solo? El resto del mundo se muestra como víctima inocente y se ensaña con el pureta, porque, total, le quedan cuatro días, y al burro muerto, la cebada al rabo. Así, el juicio de todos contra Madoff ha sido, en realidad, un auto de fe. Hemos personificado la crisis en el trémulo anciano, sobre el que se ha hecho un conjuro. La condena ha sido un precante por medio del cual hemos sido sanados. Gracias a la magia de esta sentencia ejemplar todos los demás y el sistema capitalista mismo se han librado del aojamiento y han quedado limpios de polvo y paja. Es un alivio, porque así podemos seguir tan ricamente hasta la próxima.