La ciudad errabunda llega a su primera cita con el desquiciamiento urbanístico, es decir, los edificios de Sanz Crespo, que alcanzarán las 18 plantas, tal vez como prolegómenos a las torres del plan de vías, pero, ciertamente, como desmontaje de un cuarto de siglo de planificación urbanística contenida.

El urbanismo de Gijón ha entrado en fase errática con la afluencia de torres, pero también por incursiones en la zona rural del tipo del llamado «muro» de Cabueñes, que, pasado el tiempo, ha producido llanto y crujir de dientes en el equipo municipal de gobierno de PSOE e IU, ya que la propia Alcaldesa propugna ahora retocar los bloques desmesurados que se temen para dicha parroquia gijonesa.

Respecto al entorno de Sanz Crespo, los edificios en altura se justifican por la necesidad de liberar superficie en planta, para destinar ésta al esponjamiento de la ciudad, pero se omite el hecho de que, aun sin torres, esa zona goza ya de suficientes espacios abiertos.

Convendría que el Ayuntamiento se quitase la máscara de una vez y admitiese que un edificio en altura tiene más atractivo en el mercado inmobiliario que uno de seis plantas. Sin embargo, en un reciente congreso sobre gestión pública celebrado en Gijón, el presidente del Consejo Superior de Arquitectos de España defendía la limitación de alturas.

Vanas palabras, aunque pertenecientes a una tendencia del urbanismo español posterior a las alegrías edificatorias y desarrollistas del franquismo, y palabras reveladoras también de que el criterio democrático de la contención de alturas, adoptado en Gijón desde el PGOU de 1986 hasta el presente, no era una ocurrencia meramente local.

Y lo más lamentable ahora es que este desquiciamiento, este andar errático del urbanismo gijonés, se vende con una sonrisa del Ayuntamiento, con una actitud acrítica municipal impensable hace unos años, y con la satisfacción increíble de haber perdido el Norte.