Con la venia. No me queda más remedio que encaramarme en esta socorrida tribuna de papel para rogar su atención ante un nuevo despropósito perpetrado en la villa de Llanes. Me refiero al reciente deceso, más bien ejecución, de un centenario tejo que adornaba lo que antes era frondoso parque y ahora es descarnado abertal de Posada Herrera. El pobre árbol, gigante acogedor de juegos infantiles y pájaros cantores, vivía tranquila y humildemente, sin hacer daño a nadie, en un soleado rincón del jardín, a la vera de una fuente, hoy también infaustamente desaparecida, en la que tantos paseantes calmaron su sed algún día. Pero hete aquí que sin venir a cuento, las autoridades municipales -cabecitas locas- decidieron «deconstruir» el parque, para lo cual, profesionales de por medio, arrasaron con lo que había y lo sustituyeron por una versión un tanto «friki», tan pródiga en excavaciones -en Llanes nos encantan- y pavimentos artificiales modelo «nouveau riche» como desoladoramente carente de plantas y hasta de árboles. Alucina, vecina. Y, por si fuera poco, al desventurado árbol, que casi milagrosamente había sobrevivido a la temeraria reforma, lo rodearon de focos -más zanjas aún-, convirtiéndolo de tal guisa en una réplica vegetal de la fenecida discoteca Matius. Y claro, de tanto perniquebrar sus raíces, el susodicho árbol, por cierto el más valioso y venerable del antiguo parque, no ha tenido más remedio que morirse. Un desastre. Pero esperen, que falta lo mejor. Porque resulta ser que este espacio público está gestionado mediante un pomposo sistema de ecoauditoría y calidad ambiental EMAS, con certificaciones ISO y demás zarandajas, sistema que ha resultado manifiesta y escandalosamente inútil, por no decir inepto, pues ha sido incapaz de prever y evitar algo tan obvio como que escarbar entre las raíces de un viejo árbol era peligroso en extremo. En definitiva, que cada día que pasa es más evidente que lo del parque Posada Herrera no ha sido una remodelación, sino una venganza. Cosas de Llanes.