Hay cosas tan elementales que no habría que tener que esforzarse en explicar, pero la actualidad resulta tan sumamente pesada y penosa que destruye el sentido común. En Dinamarca, los políticos, sobremanera los que ocupan destacados cargos públicos, lo único que pueden aceptar, y en ocasiones muy especiales, es un libro. Pero en España, la alcaldesa de Valencia plantea que se regulen los regalos, supongo yo para que un traje no resulte tan delictivo en el Código Penal como un automóvil de la marca Jaguar. Tanto los trajes como los Jaguar han aparecido en el algún momento en la historia, por eso los cito.

Rita Barberá quiere, en cualquier caso, que a todos se les mida por el mismo rasero, no sólo al presidente de la comunidad donde vive. Por ese motivo, antes de referirse a la revisión del artículo del Código Penal que habla del cohecho, aludió a las anchoas con que el «anchoari» de Cantabria surte a Zapatero. Revilla, con la finura que caracteriza a los políticos de nuestro tiempo, ha respondido que la alcaldesa valenciana debe de comer bien por el aspecto que tiene.

Evidentemente, a todos los políticos se les debe medir por el mismo rasero o, ya puestos, debe tomarles medidas el mismo sastre, puede que con la excepción de Revilla, un caso de elemental singularidad. Lo de Revilla es diferente, con tal de que no se extinga la especie, lo que habría que hacer con él es mantenerlo a salvo en una reserva natural como a su paisano «Furaco».

Ahora bien, sin apartarme más del asunto que me trae, lo que estoy totalmente seguro de que al lector no se le escapa, a diferencia de Rita Barbera o de otros compañeros de casta, es que los políticos que ocupan cargos públicos no deberían exponerse a la sospecha de que alguien puede comprar sus favores con un traje, unos zapatos, un jamón o un Jaguar. Tanto si sus favores son efectivamente comprados con los regalos como si no. Es una simple cuestión ética y estética, ¿no les parece?