Que en España estábamos viviendo una economía totalmente artificial, basada prácticamente en la especulación del ladrillo, creo que todos lo tenemos sabido y asumido. La tierra, las casas, las obras de arte y otras posesiones adquiridas hoy damos por supuesto que mañana se cotizarán con valor en alza. Este incremento y las perspectivas que, a su vez, ocasiona atraen a nuevos compradores que piensan de la misma manera, con lo que la bola de nieve se va agrandando. Pero ¿hasta dónde, o hasta cuándo? Hasta que la bola se desmorone ante el más mínimo obstáculo por su camino. Así, quienes creyeron que el alza iba a ser indefinida han visto sus ilusiones bruscamente defraudadas y también han respondido intentando vender, con lo cual, el desastre estaba garantizado de antemano. La situación especulativa siempre termina con un choque violento, y la historia se repite; lamentablemente, desconocemos mucho de otras épocas vividas o cerramos los ojos, creyendo equivocadamente que esa situación nunca volverá a repetirse, ¿y por qué no? Si continuamos poniendo los mismos ingredientes, al final obtendremos el mismo resultado, en este caso?, la hecatombe económica y social.

Y si a la historia nos remitimos, podemos hablar de la Holanda del siglo XVII. Fue en la década a partir de 1630 cuando en Ámsterdam se produjo la primera de las grandes explosiones especuladoras conocidas. Pero no la desataron los bienes inmuebles, ni las soberbias pinturas holandesas: el objeto especulativo fue el bulbo de tulipán; sí, como lo están leyendo, la culpa de todo la tuvieron los tulipanes. Pero ¿y cómo puede ser, se preguntarán ustedes sabiamente, que los bulbos de tulipán influyan en la economía de una nación? Pues se lo paso a explicar.

Los tulipanes crecían en estado salvaje en los países del Mediterráneo oriental, y llegaron a Europa occidental en el siglo XVI, a través de un buque mercante que los transportó de Constantinopla a Amberes.

El tulipán, del que existen unas 160 especies, con distintos coloridos (a cuál más bello), se consideró una misteriosa flor y comenzó a rendírsele culto, con lo que comenzó a incrementarse su precio y a fabricarse la bola de nieve que ya conocemos. Así, la fiebre inversora se adueñó de toda Holanda, hasta tal punto que se dice que un bulbo podía intercambiarse por un carruaje nuevo con dos caballos y sus correspondientes arneses, difícil de creer, ¿verdad? Pues lo mismo que un cuadro de un pintor famoso se cotiza por cifras astronómicas o actualmente los fichajes de algunos jugadores de fútbol, ¿estamos de acuerdo?

Se establecieron mercados para la venta de los bulbos en las principales ciudades holandesas. Los traficantes de tulipanes fueron especulando con el alza y caída de los valores y, al mismo tiempo, embolsándose unos buenos beneficios, generando auténticas fortunas. Todos imaginaban que la pasión por los tulipanes iba a durar indefinidamente; así, cada repunte de su precio convencía a un mayor número de especuladores de participar en el trueque (también conocido como negocio).

Pero siete años más tarde, en 1637, llegó el final. Los más espabilados consideraron que todo tiene un límite y comenzaron a vender y a retirarse del mercado. Esto creó cierta incertidumbre y, posteriormente, pánico, lanzándose en masa a la venta, con lo que los precios cayeron en picado. Mucha gente tuvo que vender sus propiedades, quedando en la ruina; algunos miembros de la nobleza también se vieron afectados (se pillaron los dedos). La vida económica holandesa se vio congelada durante los años siguientes; fue una gran depresión económica, comparable a la de 1929 de los Estados Unidos.

Pero las lecciones de historia somos reticentes a recordarlas y pronto las olvidamos. Y dado que todos perdemos cuando la bola de nieve se desmorona, tendríamos que recordar que la historia siempre se repite?, y así poner los medios para evitar ciertos males mayores, como el que en estos momentos nos atañe.