Es éste un verano español caliente de trajes y toros. Que hay un José Tomás, que es sastre y otro de igual nombre que es torero. Y que uno está en el mundo para hacer trajes y el otro, para que se los destrocen. Tela.

Lo del modisto José Tomás no será coser y cantar en el juicio en el que testificará contra el presidente de la Generalidad valenciana, Francisco Camps, hombre de risa floja y pestaña dilatada que es presunto beneficiario de trajes regalados por amigos suyos (que lo apodan «el curita») y que son presuntos integrantes de una presunta trama de negocios. Los ternos, que no son presuntos, sino de corte y confección, se los hacía a medida el alfayate José Tomás al político mediterráneo, quien afirma (¡bendito de Dios!) que los pagaba en metálico, sin pedir factura, pero (mira que ya es casualidad) ahora no aparece la pasta en la contabilidad de caja de la firma comercial, que ha despedido al sastre. Pastel costumbrista casposo, digno de Berlanga-Azcona, el protagonizado por un político levantino y un mesetario costurero.

Y costurones, aterradores, son los que recibe el torero José Tomás, que ha liado un barullo en el mundo taurino con sus formas. De aspecto triste y riñón forrado, José huele a ciprés. Porque con él la posibilidad de que el torero muera, a un palmo de tus narices, ha vuelto a los ruedos. Y eso ha creado polémica honda, ya que hay gente que piensa que se quiere dejar matar en el ruedo y que el arte es el dominio de la técnica taurina que evita el peligro de ser corneado. El matador colombiano Cesar Rincón señala que a José Tomás «si le cogen tanto es porque se pone donde los toros te cogen». Morbo.

Joseto es, para muchos, el purismo total. Pero el célebre Curro Romero -a quien bastantes espectadores que iban a verle llevaban siempre consigo un par de rollos de papel higiénico que le arrojaban al ruedo cuando le daban sus famosas espantadas- tenía su particular filosofía al respecto: «Si yo siempre toreara bien, no sería un torero, sino un currante».

Estando así las cosas en esta España machadiana de cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y de María, cosida entre un sastre que no gana para sustos laborales y un torero que gana cornadas a raudales, henos aquí en el paraíso natural, tierra de vacas casinas, siderurgias en ERE y gochos de diseño, esperando -desde aquel tiempo en que lo planificó Álvarez-Cascos- ese AVE María de los ferrocarriles celestiales.

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