La noticia de la niña violada en Baena por seis de sus conocidos es, sin ninguna duda, muy de lamentar, muchísimo, pero no de extrañar. Recordemos los hechos según la versión de los medios informativos. Para empezar, la chica ya tenía un ex novio de 22 años que la llamó para salir y, al parecer, le hizo chantaje con una grabación de sus relaciones sexuales.

Así puesta en suerte, la muchacha fue violada sucesivamente por cuatro menores compañeros de estudios, un disminuido psíquico y su propio ex novio (curiosidad muy propia de este tiempo la de tener «ex novio» a los 13 años). El hecho fue presenciado por una señora mayor que no denunció el hecho hasta pasadas cinco horas. Interviene la Guardia Civil y, tras los habituales interrogatorios, el repetido ex novio ingresa en prisión, tres de los adolescentes lo hacen en un centro de menores, otro de trece años y el disminuido quedan en libertad.

Y he aquí una de las claves importantes, sino la principal, para tratar de entender este tipo de comportamientos juveniles, hoy lamentablemente generalizados: según la Guardia Civil, las declaraciones de los muchachos revelan que «no eran conscientes de la gravedad de los hechos».

Esta es la madre del cordero. Alentados por una permisividad creciente, un desarme total de valores, unos padres que no parecen enterarse y un poder público que echa gasolina al fuego con abortos, píldoras de antes y después y agresiones a cualquier ética que no sea de situación (¡el ex ministro Alonso asegura que la moral es la que marca la Constitución!) y a cuanto signifique contención y esfuerzo, estamos preparando unas generaciones que trivializan la vida misma y sólo aspiran a los placeres al contado sin ningún sentido de la responsabilidad personal. Excepciones aparte que, por cierto, son minoría y tienen mucho mérito.

Toda la sociedad es culpable, lo somos todos en cierta medida, empezando por los padres de estas pobres muchachas que no saben, no quieren saber o están a uvas sobre los pasos en los que andan sus hijos y se quejan, lógicamente, de las eventuales consecuencias. En la mente de todos están otros recientes acontecimientos con resultado de muerte de alguna chica que no tenía reparo en retratarse con toda la barriga al aire tumbada sobre su novio. Dicho sea con mucha compasión y respeto a su memoria.

Un amplio reportaje sobre el sexo adolescente, publicado en el «Magazine» semanal de LNE hace unas semanas, resultaba muy esclarecedor y, desde luego, alarmante, por lo menos para quienes llevamos una larga temporada sobre la piel del mundo y luchamos por mantener unas convicciones que entendemos saludables para todos. «En las discotecas para adolescentes abundan el sexo fugaz y una doble vida nocturna -leemos-. El sexo para muchos jóvenes? es un elemento más de la diversión, una guinda intrascendente que se suma al baile y al alcohol»? Cuando no a la droga.

Siempre habrá gente adulta que mire con benevolencia este desmadre, pero no cabe duda de que las consecuencias son nefastas para sus jóvenes protagonistas y para la sociedad entera.

Estos pobres chicos, esclavos de sus lógicas pero incontroladas pasiones, incentivadas prematuramente por un poder empeñado en cambiar la sociedad a su modo y como sea, no son conscientes de la gravedad de los hechos, como muy bien advierten los guardias de Baena.