Me ha chafado parte del comentario el buido y magistral vecino de estas columnas Esteban Greciet al glosar el asunto de la jovencita violada en Baena. Para la mayor parte de los comentaristas y redactores se ha tratado, como en otras ocasiones, del ataque a una niña -siempre es una niña, aunque tenga 16 años- por unos menores, a lo sumo chicos, jóvenes, muchachos de parecida edad. En casi ninguna información o titular aparece la homologación temporal: «Niña violada por niño, o niños», porque se elude, en el caso de los puñeteros varoncitos, que también son unos niños, unos proyectos humanos en ruta hacia el estado maduro.

La nena de Baena, por la que, naturalmente, lamentamos su perjuicio, podía haber escrito ya la primera parte de sus memorias vitales, pues a los 13 años ya había tenido un novio, nueve años mayor, que parece ser el iniciador del infantil juego de la violación, secundado por varios «coleguis» entre los que se encontraba, como si formase parte de una cuota sociológica, un disminuido mental.

En parte se parece a lo que se llamó «serpiente de verano», el suceso que colma las páginas de los periódicos, a falta de otras noticias. Las de índole de la política delincuente apenas conmueven a la opinión. Unos trajes por aquí, unos milloncejos andaluces por allá y, flotando en la pereza estival, la abulia de la justicia, que está empeñada en batir el récord mundial de la inoperancia.

El triste caso de las agresiones sexuales ya forma parte del panorama diario. Varía el número de niños que juegan a marido y mujer con una misma amiguita. Ignorantes de la fuerza de sus impulsos no calibran el ritmo y la intensidad del juego infantil y de ahí los desgarros de ropa, los moratones y las lesiones, que no se producirían si este tipo de entretenimientos infantiles fuese regulado desde la escuela. Igual que cuando juegan al fútbol o al baloncesto: tantos en un lado y su equilibrada oposición al otro. Son reglas que deberían figurar en el catecismo ése de la Ciudadanía, que da la impresión de haber pasado de moda, lo que ahorrará muchos disgustos.

Hay que convencer a los niños de que no sean tan brutos. Lo demás se les viene dando por añadidura. A efectos estadísticos es curioso el número de infantes que se libran a estas distracciones. Tienen que aprovechar el tiempo, mientras el «kiki» sale gratis y del placentero retozo no se derivan consecuencias penales. ¡Ya aprenderán, la impunidad es tan corta en estas cuestiones!