No hace muchos años entró en un bar un hombre ya maduro y con aspecto malhumorado. Se acomodó en la barra, cerca de unos parroquianos a los que parecía conocer y pidió un vino. En la conversación que sostuvo con sus contertulios les relató el hondo malestar que, por alguna razón, sentía con el patrono para el que trabajaba. Defendía de forma vehemente unos supuestos derechos que tenía frente al empresario y concluyó la plática con lo que consideró una severa amenaza:

-Voy a ir a hablar con el enlace sindical para que meta el asunto en Magistratura de Trabajo.

Los clientes más jóvenes del establecimiento quedaron algo perplejos, ignorantes de con quién hablaría aquel sujeto y en qué lugar meterían el asunto. Los entrados en más años, que vivieron de adultos cuando Franco, comprendieron inmediatamente la expresión. Aquellos vocablos desusados no estaban tan fuera de lugar.

Es verdad que la democracia que trajo la muerte de Franco acabó con el monopolio del sindicato vertical. Surgieron entonces sindicatos y organizaciones patronales, separados unos de otros. Parecía que se había terminado con la pretensión de armonizar intereses tan naturalmente contrapuestos como son los de los obreros y los capitalistas. Pero lo cierto es que, salvo algún encono que otro, la lucha de clases no volvió jamás. Simplemente se retornó al modelo original del general Primo de Rivera, que fue el germen de la organización sindical franquista. Los enlaces sindicales y los jurados de empresa pasaron a llamarse delegados sindicales y comités de empresa, con idénticas funciones y prebendas; las magistraturas de trabajo se trasformaron en los juzgados de lo social, para resolver los mismos litigios; se promulgó un Estatuto de los Trabajadores, que es una repetición más extensa de la ley de Contrato de Trabajo, y la armonización de intereses se conoce ahora con un nombre tan pomposo como diálogo social. Los mismos perros con distintos collares.

Estábamos hasta ahora tan pacíficamente con una Mesa para el Diálogo Social, reunida desde hace un año, dialoga que te dialogarás, que iba a resolver la crisis, el desempleo y todos los problemas humanos y divinos que te puedas imaginar. Iban a hacerse un retrato final los sindicatos, la patronal y el Gobierno, firmando un papelillo con muchas coyunturas y otras faltas de ortografía. Y, ¡zas! Se rompió todo, porque los empresarios son unos zascandiles y no se conforman con eso. ¡Cómo no se iba a irritar el Gobierno! Pues igual que se hubieran cabreado el camarada Solís, la sonrisa del Régimen, o el camarada Girón de Velasco, el de la Universidad Laboral de Gijón.