En política importan más los resultados que las buenas intenciones. En las relaciones exteriores la diplomacia de gestos puede servir como adelanto de acciones posteriores, pero si se busca efectividad hay que pasar pronto a posiciones más convincentes asumiendo consecuencias y riesgos.

Esta mínima reflexión viene a cuento de la visita de Moratinos a Gibraltar, por aplicación de las prescripciones del Foro de Diálogo de Gibraltar, que convino Zapatero en 2006, en el que se daba carta de interlocutor a la autoridad gibraltareña, en plena igualdad con España y Gran Bretaña, para toda clase de negociaciones, incluida la soberanía.

España, en un gesto incomprensible de resignación, renuncia a sus propios planteamientos de fundamentar la reivindicación de la colonia en razón del principio de integridad territorial que prima sobre el de autodeterminación. De esta forma la postura oficial española, que desde 1960 tiene el respaldo del Comité de Descolonización de la ONU, se sustituye por el empeño de convencimiento a 28.000 «llanitos» para que no se opongan a la restitución de la soberanía que detenta Gran Bretaña, según el Tratado de Utrecht.

Hasta comentaristas británicos han expresado sus sorpresas y no han vacilado en adelantar que pocos frutos puede dar una diplomacia de halagos y regalos. No han faltado referencias históricas, recordando la peripecia de la estratégica ciudad de Calais que fue inglesa durante 200 años y que Francia tuvo que recuperar por la fuerza. Alguno ha explicado cómo la India, alcanzada la independencia, pidió y ofreció a los habitantes de Goa, colonia portuguesa, toda clase de beneficios para que aceptasen su integración en India y al no aceptar fue ocupada. El tema se retuerce y un historiador de prestigio, Henry Kamen, se permite la genialidad de afirmar que, en términos de soberanía, Gibraltar ha estado bajo la soberanía británica más tiempo que bajo la española. Y lo razona: desde 714 hasta el año 1462 fue dominio moro, fue español desde aquella fecha hasta 1704, total 242 años, y británico por conquista militar desde aquel año hasta nuestros días, 305 años. Sin comentarios.

La recomendación más extendida es que se acepte el statu quo y que hagamos felices a nuestros vecinos ocupantes. El ministro Moratinos está recibiendo una fuerte critica de la opinión pública por este giro copernicano en las relaciones con Gibraltar, dar a cambio de nada a una población insensible a ofertas y gestos, pero cada vez más enriquecida por la pasividad española en perjuicio incluso de los otros vecinos del Peñón que han considerado una ignominia la foto del balcón en «Top of the Rock» y que un día pasará cuenta, no al funcionario Moratinos, sino al político que la hizo posible. Desde siempre se ha considerado que la política exterior de un Gobierno la marca su presidente, no el ministro de Exteriores.