La gripe A ha llegado al palacio de Buckingham y la reina de Inglaterra, dice el periódico, ha ordenado medidas estrictas de limpieza. ¿Antes no? ¿También en Londres se acuerdan de santa Bárbara cuando truena? Siempre ha habido desacuerdos sobre el concepto de higiene en distintos países, pero la limpieza es una cosa muy seria. En España, país de tradición hospitalaria, le han limpiado el coche a la ministra alemana de Sanidad. Ha sido también una limpieza estricta; tanto, que la Policía está buscando el coche y a los ladrones. No se entiende que, a estas alturas, algunas de las peculiaridades más incómodas del verano español no sean mejor conocidas y la peña no tome más precauciones. La ministra alemana tendría que informarse mejor sobre su destino vacacional. La picaresca ya no es lo que era. Lázaro de Tormes y el Buscón don Pablos funcionaban por libre y encontraban escuela en los palos de la vida. Ahora, los robos en España son cosa bien organizada. Se habla de profesionalidad, de trabajo en equipo. Conmueve el triunfo de Contador en París, porque, por mucho que haya cambiado el ciclismo, sigue siendo un deporte sacrificado que retiene un toque de épica individualista, un recuerdo de cuando en España era fácil sufrir. Cuando Bahamontes concede una entrevista, siempre dice cosas interesantes. Por cierto, en estos tiempos de penuria estadística y cifras alarmantes en tantos ámbitos, Contador ha tenido el raro privilegio de disfrutar de dos himnos en vez de uno. ¿Será verdad eso de que los franceses se pican con determinadas victorias, será un fallo totalmente inconsciente eso de enjaretarnos el himno danés así, by the face? El hecho podría calificarse de impresentable, palabra que no me gusta. La gente abusa de ella. Si todos quienes acusan de impresentable a alguien tuvieran razón, acusadores y acusados se confundirían y aquí no se salvaría nadie. En lugar de impresentables, los ladrones del coche de la ministra alemana prefieren declararse no presentados para no suspender el examen. Eso es prudencia.

Hubo en la tele del siglo veinte una serie titulada «Retorno a Brideshead». El personaje principal, de profesión pintor, acababa de inaugurar exposición en Londres. Un amigo suyo llegaba de improviso y le decía enséñame los cuadros, deja que te los explique. Se los explicó, y no fue una interpretación benévola, pero Charles Ryder, o sea Jeremy Irons, o sea el pintor, la aceptó por buena. Se lee estos días que el sector servicios afronta su primera gran crisis en Asturias, que Gijón encabeza los juicios por violencia de género. No suenan nada bien esas noticias y quizá, como los cuadros de Charles Ryder, necesitan que alguien las explique. El verano tiene un efecto letárgico sobre la gente, un toque de tregua estacional. Y sin fútbol, encima. «Retorno a Brideshead», además de impecable, era una serie carente de violencia. Puede que hoy no se comiera un rosco. Puede que eso explicara cosas. Contador se comió dos himnos. Moló verlo en el podio.