Ni la rebaja hasta los doce años de la edad penal ni el cumplimiento íntegro de las condenas evitarían los desmanes de los menores. De otra parte, a una mayor o más brutal punición no corresponde un descenso de los delitos, cual puede apreciarse, por ejemplo, en los Estados Unidos, un país donde pese a los millones de encarcelados, incluidos menores, y a los cientos de ejecutados, se cometen asesinatos, violaciones, secuestros y atracos como en ningún otro lugar del mundo. Sabido esto, se percibe en el reclamo de la derecha española de encarcelar a los niños de doce años que cometen delitos monstruosos un desolador ejercicio de hipocresía social, pues siendo la propia sociedad y el Estado que ella compone los responsables de no haber evitado a tiempo que ciertos menores se hayan torcido y envilecido tan rápido, se pretende castigarlos absolutamente a ellos solos, para así exonerarse de toda culpa. Porque, como también se sabe, son la incuria, la desatención social, la marginalidad, la miseria moral y el aprendizaje de lo nefasto las causas principales de que un chaval de doce, trece o catorce años viole o mate, a menos que continuemos abonados a la arcaica y despreciable teoría de la personalidad criminal biológica, congénita y hereditaria.

Si el común de las personas no roba, ni mata, ni tortura, ni hiere, es, básicamente, porque se les ha enseñado desde chicos que no se debe, bajo ningún concepto, robar, matar, torturar y herir. Se nos ha enseñado eso a base de sus únicos antídotos, el amor recibido en la infancia y el ejemplo de los adultos que nos han instruido en los arcanos de la civilidad, pero hay muchos niños que ni reciben esa enseñanza básica ni gozan de los efectos de los referidos antídotos. Abandonados a su suerte, criados en un cosmos de palizas y gritos, desamparados, embrutecidos, ignorantes, despreciados, sucios, lo raro sería que esas criaturas presentaran un comportamiento modélico. Así, pues, más que rebajar la responsabilidad penal a los doce años, convendría extenderla a los adultos encargados de velar por la infancia y que, desgraciadamente, no velan. Tirando del hilo de cualquier delito protagonizado por menores se llega, siempre, al ovillo de los verdaderos culpables del mismo.