Con una sonrisa forzada nos había dicho Luis Bárcenas que estaba muy tranquilo después de haber trasladado al juez Monterde las pruebas de su inocencia el pasado día 22. Sólo era la versión del interesado. Nos habíamos quedado con ganas de conocer la del magistrado-instructor del Tribunal Supremo ante el que había comparecido como «imputado provisional».

Malsana curiosidad de periodistas frente a un juez obligado a guardar el secreto del sumario y a expresarse sólo mediante autos judiciales. Especialmente aquel en el que se propone el archivo de la causa o, en su caso, el oportuno suplicatorio al Senado, paso previo a la imputación formal por cohecho y fraude fiscal. O, al menos, trámite obligado para seguir indagando en la conducta presuntamente delictiva del tesorero del PP.

Al no haberse producido el archivo de la causa, se cumple la peor de las hipótesis para Bárcenas y su partido: la petición del suplicatorio a la Cámara alta (Senado), que formulará el presidente del Supremo a requerimiento del juez Monterde. A la Cámara baja (Congreso), en el caso de Jesús Merino, el otro aforado del PP con una causa abierta ante el Tribunal Supremo, también en relación con el «caso Gürtel».

Sin embargo, en el PP aseguraban ayer no tener nada claro que se vaya a producir de modo inminente la referida solicitud de suplicatorio. De momento, sólo sabemos que el magistrado-instructor la ha cursado a la Sala de lo Penal del Supremo. El próximo trámite es que la Sala la traslade al presidente del alto tribunal y éste se la presente formalmente al presidente de las Cortes Generales, que es el del Congreso. En cualquier caso, el PP no lo relaciona con la dimisión de Bárcenas. Antes bien, destacan el gesto del tesorero para evitar el deterioro de la imagen del PP y acabar de una vez por todas con el ruido de pasillos en torno al despacho de Mariano Rajoy. Pase lo que pase en el devenir de la causa abierta en el Supremo.

La impresión general es que Luis Bárcenas se ha ido un minuto antes de que se cumpliera la condición que él mismo había puesto para dejar el cargo de tesorero, aunque sigue atornillado al escaño del Senado que le otorga el aforamiento. La condición era el suplicatorio. Se supone que por alguna filtración supo de la inminencia del trámite. Y por eso dio el paso atrás que, salvo Rajoy, Arenas y Ana Mato, le venían reclamando todos los dirigentes del partido.

Así que después de asistir en silencio al comité ejecutivo, el último de la temporada política, el martes pasado se reunió a solas con Mariano Rajoy y le presentó su renuncia. Su renuncia tiene una primera consecuencia. Desvía la tensión hacia Francisco Camps, que es la otra punta política de un iceberg llamado «Gürtel». Pero sólo en la apariencia reflejada en los ámbitos político y mediático, pues el horizonte judicial sigue tan abierto para el uno como para el otro.