Quizás haya sido necesario que llegase una temporada tan catastrófica para darnos cuenta, al fin, de que el salmón es una especie amenazada y que probablemente el aprovechamiento que hemos llevado a cabo hasta ahora no ha sido el más adecuado. Una lástima, pero el salmón ha tocado fondo. No hay más remedio que compararnos con los Estados Unidos de América, que también son el límite sur de distribución de la misma especie en las costas americanas, y que hace poco más una década vedaron la pesca y situaron a la especie en el Libro Rojo de las especies amenazadas. No hay duda de que al ser una población residual y limítrofe su situación es mucho más vulnerable. Recordemos que los paleontólogos han demostrado que hace no tantos años remontaban salmones por otros ríos que poca gente imagina, como el Duero y el Tajo, donde ya se extinguió la especie. La misma sombra planea ahora por la costa cantábrica.

La verdad es que el pobre salmón es «el Pupas» y le caen palos desde todas las esquinas. Los ríos tienen cada vez menos agua y de peor calidad, por no citar las numerosas minicentrales y otras barreras que imposibilitan a los salmones llegar a sus frezaderos naturales. Algunos pescadores atribuyen todos los males a la presencia de predadores antaño escasos o inexistentes, como los cormoranes y las nutrias, aunque no cabe duda de que se trata de una opinión demasiado simplista. En el mar tampoco encuentran tranquilidad los salmones a pesar de que se ha eliminado en buena medida la pesca en alta mar con redes de deriva y las capturas en las embocaduras de los ríos. Se dice que el calentamiento de los océanos ha provocado la desaparición de algunas de las zonas árticas donde tradicionalmente se alimentaban los salmones, obligándolos a viajar más lejos. Es probable que ello ocurra y se traduzca en una disminución del número de añales, cosa que se observa no sólo en España, sino en otros ríos de Europa y América. Las enfermedades también se ceban en el sufrido pez, y con frecuencia son transmitidas por sus congéneres de granja, como en el caso del temido parásito Gyrodactylus salaris. Hace un par de años se observaron en Escocia erupciones sanguinolentas en la piel de los salmones («Red vent syndrome) cuyo alcance se desconoce, pero que se hallan en estrecha relación con la infestación por el nematodo Anisakis, de los salmones. En la actualidad es un problema generalizado, que antes no existía.

En una situación tan precaria, quizá no mucha gente se haya planteado cuál es el efecto de la pesca deportiva en la población ibérica de salmones. La especie se halla amenazada y son muy pocos los ejemplares que logran completar su ciclo y retornar a los ríos donde nacieron para perpetuarse. Todos los pescadores de salmón sabemos que la mayoría de los salmones que entran en los ríos españoles para desovar entre principios de año y el mes de julio mueren a consecuencia de la pesca. Y no creo que entren muchos más a partir de agosto, puesto que dudo de la creencia de que hay retorno de otoño. La presión de pesca actual es enorme y los medios empleados más eficaces y sofisticados, con lo que pocos son los salmones que se libran. Matamos más, mucho más, de lo que la naturaleza es capaz de producir y el modelo de gestión no es en absoluto sostenible. La Administración asturiana debería llevar años preocupada por esto, ya que es consciente de que muchos de los salmones que retornan proceden de la cría en cautividad que llevan a cabo. Un porcentaje bajo de los pequeños salmones criados se marcan y un porcentaje significativo de las capturas llevan esa marca, lo que permite deducir que buena parte de las capturas totales procede de la cría en cautividad, que es un éxito, pero también que la reproducción natural debe ser un desastre. La conclusión final parece de Pero Grullo: si la situación del salmón es preocupante y además matamos a casi todos los ejemplares que intentan reproducirse? ¿qué pretendemos tener?

Creo que buena parte de la culpa de haber llegado a esta situación la tiene la Administración asturiana, que nunca ha sido valiente a la hora de tomar medidas eficaces para preservar el salmón. Las pautas que tradicionalmente ha seguido la Administración siempre han tenido la prioridad de agradar a los pescadores (y de paso obtener sus votos) mucho antes que conservar al salmón. Han sido medidas mucho más políticas que ambientales. Desde siempre hubo un sector «duro» entre los pescadores asturianos que abogaba por seguir matando todos los salmones posibles y potenciar las repoblaciones. Pienso que ese sector, y más después de esta temporada, es ya insignificante y la mayor parte del colectivo propone una visión mucho más moderna y conservacionista. No hay más que leer algunas webs actuales como la de la Asociación Asturiana de Pesca, en la que pueden opinar todos los pescadores, para comprobarlo. En ese mismo foro muchos pescadores abogan por vedar la pesca del salmón durante algunos años, como también han propuesto asociaciones prestigiosas de pescadores. Seré el primero en colgar la caña, si llega el caso, con tal de conservar un tesoro al que tanto admiro. Pero me quedará la lástima de no haber probado antes soluciones intermedias, medidas de gestión más inteligentes, que son las que se llevan a cabo en todos los países donde hay salmones desde hace décadas y que aquí hemos ignorado. Medidas como, por ejemplo, retrasar la apertura; pescar sin muerte hasta el mes de julio; prohibir el sacrificio de salmones grandes, en su mayoría hembras con un alto potencial reproductivo; vedar algunas zonas del río; limitar la desmedida presión que se lleva a cabo en algunas zonas libres; potenciar la pesca a mosca, que es mucho menos eficaz -y por tanto dañina para la población-; disminuir los cupos... etcétera. El pescador español que viaje a cualquier río salmonero del extranjero se asombrará al comprobar la cantidad de medidas que se toman de acuerdo a una correcta gestión para la preservación de la población. Algo que por aquí hemos ignorado. Resulta una triste paradoja el hecho de que el país donde más escasa y vulnerable es la población de salmones sea también el que menos los protege. Creo que aún quedan posibilidades de revertir la situación, y la solución está en nuestras manos.