Si otros años, los ministros Salgado y Soria nos libraban de los golpes de calor recomendando el plan BAG (botijo, abanico, gorra) y el programa VPS (vayan por la sombra), ayer la ministra Trini tomaba el testigo de la MSO (moralina sustitutiva oficial) para liderar el antitabaquismo y la lucha contra la gripe del cerdo.

La flamante titular de Sanidad, una señorita muy asesorada, anuncia la prohibición de fumar en todos los lugares públicos, incluidos bares y lugares de diversión. Nada dice de la droga ni de los «botellones» desmadrados. Todas las cajetillas reproducirán unos vistosos pictogramas con -agárrense- «pulmones destrozados, tumores en carne viva y dentaduras podridas». Textual.

En esa línea de refinamiento disuasorio, yo propondría una campaña para que los fumadores agonizantes se animen a donar sus meñiques, con el propósito de que cada cajetilla incluya 19 cigarrillos y un dedo en putrefacción, como servicio póstumo a la causa de la salud universal.

En cuanto a la nueva gripe, parece que estamos ante un virus mutante del que se desconocen sus futuras intenciones. Contra el contagio, doña Trini propone: primero, que se facilite realizar la jornada laboral en la propia casa; segundo, que sea establecida la teleconsulta, que viene a ser una cosa parecida a la tan publicitada «segunda opinión médica», sólo que en primer lugar. Mejor, imposible.

Como este otoño tendremos dos gripes, la nueva y la de siempre, que es como de la familia, a los pacientes de riesgo, entre los que me encuentro, se nos aplicarán dos dosis de la vacuna por la primera y una por la segunda. Una faena, pues, rematada con tres pinchazos (sin descabello, «of course»).

No nos falta de nada.