Un tipo llamado Bernard Cecil Cohen escribió allá por los 60 que «la prensa no tiene mucho éxito en decir a la gente qué tiene que pensar, pero sí lo tiene en decir a sus lectores sobre qué tienen que pensar». El señor este no andaba tan descaminado: ya parece que casi todo el mundo tiene claro que los medios no deciden por el público, aunque sí está que van decidiendo en cada momento cuáles son las cuestiones que van a estar en el candelero. Es fácil así que cualquier aprendiz de brujo confunda a la ciudadanía mediante la suelta de sus cositas por los medios. A esto, de jóvenes en las redacciones lo llamábamos «intoxicación».

El megadesfase presupuestario de la obra es campo abonado para que surjan intoxicadores. Por ejemplo, tenemos a las opacas covachas muselinas que siguen insistiendo y filtrando cositas sobre piedras y canteras y mirando de reojo hacia los eléctricos como fuente de todos los males. Y estos contestan con números y papeles para que todos nos enteremos de los términos de un contrato, de la piedra puesta y de lo efectivamente cobrado. Se empeñan en que hablemos de piedras, pues hagámoslo con alegría y caigamos en la tentación intoxicadora.

Y, sinceramente, los números no acaban de salir, en desfavor de las covachas y descargo de los eléctricos, además de aparecer otra cuestión inquietante: los técnicos portuarios decidieron meterse a compradores de piedra, en lugar de dejarlo por cuenta del contratista de la obra, como es habitual. Y esto es muy, pero que muy extraño: ¿qué pinta una autoridad portuaria metiéndose a comprar la piedra de una obra?

Es como si un Ayuntamiento contrata la construcción de un edificio de servicios y pone en el pliego que de la compra de los ladrillos se encarga el propio Consistorio y, luego, adjudica a dedo la tal compra ladrillera. Al contratista le importa un bledo de dónde vengan piedras o ladrillos con tal de que lleguen a precio y, por la cuenta que le trae, seguro que no padecería tamaño desfase. Es lo malo que tiene meter a doctos camineros a dirigir obras y puertos a un tiempo. ¿Le extraña luego a alguien que a estos excelsos gestores de la pólvora del rey se les desfasen los precios canteriles? Esto ya va tomando el cariz de algo más gordo que una simple mala gestión.

Visto lo visto, urge que la parte política pida explicaciones a la técnica y ponga en órbita rápidamente al o los responsables del desmán. De lo contrario, la ciudadanía -que no sólo recibe la información de los asuntos a través de los medios, sino que también aprende de ellos la importancia y el énfasis que luego les dará-, sospecharía y respondería contundentemente en las urnas. Aparte del procomún, habrían perdido los engañados que confiaron en un liante de medio pelo que, por cierto, no se presentará a elección alguna.