La imagen, en la prensa nacional, que mostraba la vice María Teresa en Costa Rica reaccionando ante la sentencia Camps valió más que unas diez mil palabras por lo poco. Tras el ritual acatamiento a la justicia, prólogo de una mal contenida desesperación a lo Espronceda (horrísono bramar contra Rajoy), vino el impropio anuncio de que la fiscalía va a recurrir.

Yo no tengo nada ni a favor ni en contra del señor Camps, en el que me parece ver un político eficaz y un dandi en el vestir, más bien presumidillo. Pero me alegro de este resultado por lo desmesurado del acoso sociata durante meses en un brutal juicio paralelo, político y mediático, que siempre deja huella.

Todo un arsenal feroz en una clara campaña de desgaste sobre el Partido Popular, lleno de acusaciones aventuradas, presiones sobre la justicia, presunción de culpabilidad y filtraciones interesadas a la prensa afín.

Es como si reclamaran a los demás una perfección de conducta que no se exigen a sí mismos. Un simple repaso histórico a las «imperfecciones» de los acusadores llenaría un montón de folios. Sin contar el latente asunto Chaves, no hay que olvidar los crímenes de los Gal, los casos de Roldán, Vera y Filesa, las chapuzas del hermano de Alfonso Guerra y por ahí seguido. Eso, sin escarbar mucho. Sobre la mujer adúltera, hubiera caído una granizada de piedras si ellos hubieran sido invitados a tirar la primera.

Hace ya años, un querido compañero ya fallecido, Domingo Medrano, satirizaba en un soneto a quienes se reprochaban mutuamente algunos pecadillos. La divertida pieza, que hoy viene a la memoria a este propósito, terminaba así:

«Para jugar a levantar la manta / y exponer al ludibrio otros baldones / debe ser impecable el que levanta. Mas vosotros, dilectos fanfarrones, / dueños de una trastienda que me espanta, / ¿cómo osáis levantaros los faldones?».

Lo dicho.

La imagen, en la prensa nacional, que mostraba la vice María Teresa en Costa Rica reaccionando ante la sentencia Camps valió más que unas diez mil palabras por lo poco. Tras el ritual acatamiento a la justicia, prólogo de una mal contenida desesperación a lo Espronceda (horrísono bramar contra Rajoy), vino el impropio anuncio de que la fiscalía va a recurrir.

Yo no tengo nada ni a favor ni en contra del señor Camps, en el que me parece ver un político eficaz y un dandi en el vestir, más bien presumidillo. Pero me alegro de este resultado por lo desmesurado del acoso sociata durante meses en un brutal juicio paralelo, político y mediático, que siempre deja huella.

Todo un arsenal feroz en una clara campaña de desgaste sobre el Partido Popular, lleno de acusaciones aventuradas, presiones sobre la justicia, presunción de culpabilidad y filtraciones interesadas a la prensa afín.

Es como si reclamaran a los demás una perfección de conducta que no se exigen a sí mismos. Un simple repaso histórico a las «imperfecciones» de los acusadores llenaría un montón de folios. Sin contar el latente asunto Chaves, no hay que olvidar los crímenes de los Gal, los casos de Roldán, Vera y Filesa, las chapuzas del hermano de Alfonso Guerra y por ahí seguido. Eso, sin escarbar mucho. Sobre la mujer adúltera, hubiera caído una granizada de piedras si ellos hubieran sido invitados a tirar la primera.

Hace ya años, un querido compañero ya fallecido, Domingo Medrano, satirizaba en un soneto a quienes se reprochaban mutuamente algunos pecadillos. La divertida pieza, que hoy viene a la memoria a este propósito, terminaba así:

«Para jugar a levantar la manta / y exponer al ludibrio otros baldones / debe ser impecable el que levanta. Mas vosotros, dilectos fanfarrones, / dueños de una trastienda que me espanta, / ¿cómo osáis levantaros los faldones?».

Lo dicho.

La imagen, en la prensa nacional, que mostraba la vice María Teresa en Costa Rica reaccionando ante la sentencia Camps valió más que unas diez mil palabras por lo poco. Tras el ritual acatamiento a la justicia, prólogo de una mal contenida desesperación a lo Espronceda (horrísono bramar contra Rajoy), vino el impropio anuncio de que la fiscalía va a recurrir.

Yo no tengo nada ni a favor ni en contra del señor Camps, en el que me parece ver un político eficaz y un dandi en el vestir, más bien presumidillo. Pero me alegro de este resultado por lo desmesurado del acoso sociata durante meses en un brutal juicio paralelo, político y mediático, que siempre deja huella.

Todo un arsenal feroz en una clara campaña de desgaste sobre el Partido Popular, lleno de acusaciones aventuradas, presiones sobre la justicia, presunción de culpabilidad y filtraciones interesadas a la prensa afín.

Es como si reclamaran a los demás una perfección de conducta que no se exigen a sí mismos. Un simple repaso histórico a las «imperfecciones» de los acusadores llenaría un montón de folios. Sin contar el latente asunto Chaves, no hay que olvidar los crímenes de los Gal, los casos de Roldán, Vera y Filesa, las chapuzas del hermano de Alfonso Guerra y por ahí seguido. Eso, sin escarbar mucho. Sobre la mujer adúltera, hubiera caído una granizada de piedras si ellos hubieran sido invitados a tirar la primera.

Hace ya años, un querido compañero ya fallecido, Domingo Medrano, satirizaba en un soneto a quienes se reprochaban mutuamente algunos pecadillos. La divertida pieza, que hoy viene a la memoria a este propósito, terminaba así:

«Para jugar a levantar la manta / y exponer al ludibrio otros baldones / debe ser impecable el que levanta. Mas vosotros, dilectos fanfarrones, / dueños de una trastienda que me espanta, / ¿cómo osáis levantaros los faldones?».

Lo dicho.

La imagen, en la prensa nacional, que mostraba la vice María Teresa en Costa Rica reaccionando ante la sentencia Camps valió más que unas diez mil palabras por lo poco. Tras el ritual acatamiento a la justicia, prólogo de una mal contenida desesperación a lo Espronceda (horrísono bramar contra Rajoy), vino el impropio anuncio de que la fiscalía va a recurrir.

Yo no tengo nada ni a favor ni en contra del señor Camps, en el que me parece ver un político eficaz y un dandi en el vestir, más bien presumidillo. Pero me alegro de este resultado por lo desmesurado del acoso sociata durante meses en un brutal juicio paralelo, político y mediático, que siempre deja huella.

Todo un arsenal feroz en una clara campaña de desgaste sobre el Partido Popular, lleno de acusaciones aventuradas, presiones sobre la justicia, presunción de culpabilidad y filtraciones interesadas a la prensa afín.

Es como si reclamaran a los demás una perfección de conducta que no se exigen a sí mismos. Un simple repaso histórico a las «imperfecciones» de los acusadores llenaría un montón de folios. Sin contar el latente asunto Chaves, no hay que olvidar los crímenes de los Gal, los casos de Roldán, Vera y Filesa, las chapuzas del hermano de Alfonso Guerra y por ahí seguido. Eso, sin escarbar mucho. Sobre la mujer adúltera, hubiera caído una granizada de piedras si ellos hubieran sido invitados a tirar la primera.

Hace ya años, un querido compañero ya fallecido, Domingo Medrano, satirizaba en un soneto a quienes se reprochaban mutuamente algunos pecadillos. La divertida pieza, que hoy viene a la memoria a este propósito, terminaba así:

«Para jugar a levantar la manta / y exponer al ludibrio otros baldones / debe ser impecable el que levanta. Mas vosotros, dilectos fanfarrones, / dueños de una trastienda que me espanta, / ¿cómo osáis levantaros los faldones?».

Lo dicho.