Mis amigos Xavier F. Coronado y Luis López ya han adelantado que el personaje «Demetrio V» que aparece críticamente tratado en «En la costa de Santiniebla» de Luis Cernuda sería Dámaso Alonso. Formaban, Cernuda y Alonso, parte nuclear de la generación poética del 27, que, en general, estuvo constituida por amigos a los que unía la soldadura del entusiasmo hacia Luis de Góngora y Argote. Fernández Coronado, en un artículo de 2002, pormenoriza que los dos escritores citados coincidieron en el Castropol de 1935; el sevillano, en el hotel Guerra, hoy desaparecido en la cuesta que entra en el pueblo, y el que fuera luego director de la Real Academia, en La Argentina, que estaba donde se sitúa ahora la carretera general, entre el hotel Peñamar y los restaurantes Casa Vicente y Peñamar. Los dos poetas gastaron mucha amistad con el ilustre castropolense Vicente Loriente, pero no fueron amigos entre sí. Cernuda describe a su Demetrio como «amable e inofensivo a primera vista del que sólo se descubría su verdadera personalidad cuando comenzaba a hablar»; «su inusitada presencia, en Santiniebla (Castropol) tranquilizaba e inquietaba a la vez». La enemistad entre Cernuda y Dámaso, excepción que confirma la regla de su grupo generacional, está tratada con amplitud por Francisco Ruiz Noguera en «Ínsula» de febrero de 1991, que, sin embargo, no menciona la hipotética identidad de Demetrio V ni la coincidencia en Castropol. Siguiendo a este estudioso, Cernuda alude, en sus cartas y poemas, sin citar el nombre, a Dámaso, al que llama Alonso el Desamado, «sapo», «roedor», «gusano», cuyos escritos «ni como regalo deseo recibir», de «vaciedad común» que «cometió la suprema blasfemia de poner al alcance de sus congéneres (las bestias) el poema "Las soledades"». Nada comparable a lo que le ninguneó, muy al principio, el autor de «Los hijos de la ira», tachándolo de joven, aislado en Sevilla e inmaduro, que Cernuda jamás perdonó. Históricamente Alonso estuvo vinculado por familia y residencia a Ribadeo, mientras que Cernuda nos ha legado unas impagables imágenes asturianas de la ría. La diferencia entre las dos márgenes se hace notable al creador de Santiniebla: «Galicia, tierra vecina y extraña».

Se me antoja que el próximo día 27 Dámaso y Luis se reencuentren en la ría. Con la puesta de sol hay quien anuncia que surgirá entonces doble Luna, como si la tierra homenajeara, proyectando una réplica insólita, el cuadragésimo aniversario de la llegada del ser humano a los mares astrales. Hay el natural eco legendario y amplificador de todo lo que se difunde por internet. Las dos lunas, pienso, habrían de mezclarse, con sus reflejos y rielar aparcados, mármol gris, nácar, espejo brillante, en la casi quieta lámina del Eo, donde ya apenas tiembla el Puente de los Santos al paso de camiones. Dos cumbres de la poesía contemporánea pueden, pues, reaparecer, fantásticamente representados, de rigurosa etiqueta, como cuando se sintieron impresionados por este lugar, frontera, para Cernuda, del Paraíso. «Sí, son fantasmas. Fantasmas: polvo y aire», escribió Dámaso de sus difuntos. También: «un órgano infinito de astros mudos».

Las dos lunas, si el visillo de nubes, en posición descorrido, concede tregua, no sólo sería un efecto óptico más sino toda una maravillosa confusión. Una, la Luna verdadera, de tantos poemas, la otra, simplemente Marte, que, dicen, ha de ser el nuevo objetivo de conquista, sueño y epopeya. El pasado y el futuro; ninguno -o ninguna-, virtual. En Orihuela han organizado, y parece que conseguido, que la próxima expedición lleve «Perito en lunas» de Miguel Hernández al suelo del satélite, cuando quizá fuese mejor a Marte, la luna siguiente.

«Todo esto que veo lo contemplo como si fueran visiones de trasmundo» le dice Cernuda a Demetrio V. Ese pensamiento ultraísta puede sobrevenir a cualquiera contemplando el firmamento al anochecer del último jueves de agosto 2009, ¿por qué no al mismo fantasma de Luis Cernuda junto, de nuevo, al de Dámaso Alonso, con «el ademán de desafío» que menciona en «En la costa de Santiniebla»?

También hay quien sostiene que la apariencia lunar de Marte, más cerca que nunca, será, no obstante, muy pequeñita, incapaz de engañarnos. Cernuda ya nos rompe por adelantado la esperanza al término de su poesía «Noche de luna»: «Definitivamente frente a frente // El silencio de un mundo que ha sido // Y la pura belleza tranquila de la nada». La Luna seguiría siendo, como titulaba Pedro de Silva, «instrumento de trabajo», pero, sin competencia marciana, la ría del Eo no unirá jamás las poesías de Cernuda y Alonso, condenadas de origen al desafecto, sin Góngora que valga, entre las nieblas de Santiniebla.

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