Un divorcio siempre es algo desagradable, ya sea de los exprés o de los de antes. No creo que haya nadie que pase indiferente por una situación como esta; bien por lo que de problemático resulta a veces, bien por la incertidumbre a la que da paso en algunas ocasiones o bien por lo que clausura, en todos los casos, es un trámite que, aunque necesario cuando ya se ha tomado la decisión, casi nadie afronta de manera gustosa e ilusionada.

Es un tema del que llevo tiempo con ganas de hablar, sobre todo, desde que Mariuge, la hermana mayor de Mari Pili, se tuvo que enfrentar al suyo con mucha pena y sin nada que gloria. La hermana de mi amiga es una mujer instalada en la cincuentena que ha dedicado su vida a hacer aquello que le habían enseñado que hiciera; no olvidemos que convivimos con una generación que lleva aún, grabada a fuego sobre la conciencia, el lastre de una cultura machista que relegaba a la mujer al ámbito exclusivo de las tareas del hogar y del cuidado de los hijos. Nadie las preparaba para nada que no fuese lo anteriormente dicho ni para la contingencia, hoy tan cotidiana como real era antes aquello de: hasta que la muerte os separe, de que esa forma de vida pudiera acabarse por una de las muchas razones que, con toda la fuerza de la lógica, pueden propiciar un divorcio. No quiero, en este espacio, hablar de culpables, ni siquiera de causantes; es indiferente el motivo por el que el divorcio se solicite, el caso es que muchas mujeres se enfrentan a un mundo que desconocen, para el que nadie las ha preparado, en un momento? vamos a decir «bastante delicado» de sus vidas. Muchas de ellas, nada más dejar la enseñanza obligatoria, dedicaron su tiempo a la práctica de esas labores que tan femeninas se veían entonces, pero cesaron su actividad profesional al contraer matrimonio o con el nacimiento del primer hijo. Esas mujeres que, en muchos casos llevan más de dos o tres décadas sin trabajar fuera de casa, tienen que afrontar el reto más duro de sus vidas: mantenerse a sí mismas; y no es que ellas que no quieran hacerlo, sino que es la propia sociedad la que les va poniendo trabas.

Trabas a las que enfrentarnos porque cuando la sociedad se fue consolidando no salimos muy favorecidas en el reparto de tareas, por el hecho de ser mujeres y porque, siendo las únicas que podemos ir rejuveneciendo la sociedad, se nos margina precisamente por ese hecho. Da qué pensar, creo que, cuanto menos, da qué pensar y mucho.