Contemplaba el atardecer sentado en la muralla del Castro San Chuis, viendo cómo los últimos rayos del sol poniente iluminaban los picos de las montañas y dejaban en sombra los valles, y me imaginaba a uno de mis remotos paisanos, sentado en el mismo sitio hace dos mil años y disfrutando de una sensación de paz similar. Casi podía notar su presencia, allí a mi lado, cuando el ruido de un helicóptero que pasaba portando una cuba de agua me devolvió a un presente menos bucólico y a un futuro cercano más preocupante. Porque todo aquel precioso paisaje verde se tintará pronto con el rojo y oro del otoño y aquel cielo azul claro podría tintarse con el rojo y humo de los incendios si no ponemos todo el empeño en evitarlo.

Este ha sido un gran año para los helechos. Han tenido humedad y calor en las cantidades apropiadas y se han desarrollado con gran profusión. Cuando sequen y se aplasten, formarán una alfombra de yesca por la que el fuego correrá a placer. Espero que desde la Administración se estén tomando las medidas adecuadas y que se haya aprendido de los errores pasados, propios y no ajenos. Me consta que se ha invertido una suma considerable para dotarse de medios. Si se ha hecho con buen criterio o no es algo que, posiblemente y por desgracia, pronto será puesto a prueba. Los que no necesitan ponerse a prueba, en cambio, son las personas que han de manejarlos. Uno puede, tal vez, no estar de acuerdo con el estilo que tienen los bomberos de llamar a la puerta con el hacha, pero no se puede poner en duda su profesionalidad y su dedicación. Sólo falta por ver si serán suficientes.

La extinción de incendios, sin embargo, es como la cirugía: hay que estar preparado por si no hay más remedio, pero es mucho mejor no tener que llegar a ello. Y los mecanismos de prevención también son similares: vigilancia, control y concienciación ciudadana. Sin duda, la labor educativa que se ha hecho en ese sentido ha sido eficaz, pero no hay que cejar en el empeño. Muchos no han querido convencerse hasta que las pérdidas humanas y materiales causadas por los cambios en los ciclos naturales fueron catastróficas. No hace mucho, un presidente de Gobierno decía que todo eso del cambio climático era un invento. Supongo que habrá rectificado públicamente porque hoy ya nadie sensato lo niega.

Esto, sin embargo, no es suficiente. El fuego provocado puede ser considerado como otra forma de terrorismo. Los individuos que lo causan no sienten ningún respeto por la vida ajena ni les preocupa causar daño indiscriminadamente para satisfacer su odio y su rabia. Frente a tipos así, no se puede mantener una actitud pasiva. No es suficiente no apoyarlo ni lo es, siquiera, condenarlo. Es necesario que la gente colabore activamente para erradicarlo. Hace falta generalizar el sentimiento de que la defensa de nuestra riqueza natural es cosa de todos. Y eso, evidentemente, depende de todos y cada uno de nosotros, aunque no estaría de más que la Administración subsanara los conflictos de propiedad causados por una ley de montes obsoleta e injusta, que eliminara leyes conservacionistas innecesariamente burocráticas y restrictivas y que evitara políticas forestales, como la plantación masiva de pinos, que no ayudan precisamente a evitar incendios. Si no hacemos frente común contra esos vándalos, nos chamuscarán el futuro más que la crisis económica.