La pesca en los ríos asturianos siempre ha sido asunto propicio para el debate apasionado, estimulante como pocos de la generación de opinión social, a la vez que un ámbito crucial de la gestión pública al servicio de la conservación y aprovechamiento ordenado de los recursos fluviales. La importancia de la recuperación y protección de nuestros cauces y su diversidad biológica en pro de la calidad ambiental asturiana, el amplio significado cultural y social de la pesca en Asturias, de especial arraigo en los territorios de ribera, y su valor al servicio de nuestro desarrollo rural y turístico son algunas de las poderosas razones que justifican la especial atención que estamos llamados a prestar desde la gestión publica a la pesca fluvial. Sólo con la atención responsable, desde el ámbito público y el social, lograremos que la pesca deportiva sea una actividad con futuro, generadora de valor territorial e indicadora de excelencia ambiental.

He titulado este artículo con la cantidad de salmones pescados en los ríos asturianos la temporada pasada porque, en mi opinión, es la razón más gráfica que avala la propuesta de normativa de pesca para la próxima temporada sobre la que estamos trabajando desde la Consejería de Medio Ambiente, Ordenación del Territorio e Infraestructuras.

Habrá quien opine que este bajísimo número podría responder a circunstancias más o menos habituales en los ciclos de captura del salmón, dado que los registros históricos se presentan en dientes de sierra, con variaciones interanuales muy acusadas. Pero hay un dato incontestable: estamos ante la cifra más baja de salmones pescados desde que hay constancia fehaciente, es decir, desde 1949; y una serie tan larga -sesenta años de datos- permite llegar a alguna conclusión no sometida al albur de una circunstancia puntual. La más evidente es que las poblaciones de salmón presentan una clara tendencia regresiva, que se traduce en una disminución de capturas en Asturias superior al 2 por ciento anual. Así las cosas, los 356 ejemplares de este año, lo único que hacen es poner sobre la mesa una cruda realidad: el salmón puede desaparecer de nuestras aguas en un plazo muy breve.

Cabe preguntarse si esta situación es exclusiva de Asturias o se extiende a otros territorios, y desde luego, es un interrogante oportuno para poder acotar el origen del problema y buscar soluciones. La respuesta, con los datos y estadísticas en la mano, no deja margen de duda: los stocks salmoneros disminuyen en todo el mundo, pero más intensamente en el norte de la península Ibérica, que coincide con el borde meridional de su área de distribución. Si este carácter transnacional del dilema se pone en relación con la complejidad biológica de la especie, cuyo periplo vital discurre por ríos y mares, parece atinado concluir que la grave situación que atraviesa viene desencadenada por factores múltiples, siendo también diversa la escala para luchar contra los mismos y mitigar su efecto. Por tanto, la situación del salmón no es un problema exclusivo de Asturias, ni su conservación o recuperación depende principalmente de lo que nosotros hagamos o dejemos de hacer. Pero también es nuestro problema, también podemos contribuir a procurar su sostenibilidad. Así las cosas, no sería ético rehuir las responsabilidades que a cada uno le puedan corresponder, que en definitiva no son otras que lo que cada cual puede aportar a ese desafío internacional de salvar el salmón atlántico. No vale tratar de escudarse en la inacción ajena, ni apuntar a la pesca en el mar como principal problema, o en la voracidad de los cormoranes a los que se les atribuye una mayor ingesta de peces que capturas realizan los pescadores. Ciertamente hay que actuar o intensificar la actuación en muchos frentes: mejora de hábitat, control de la pesca en alta mar, mayor conocimiento científico de la especie, de los efectos del cambio climático en sus recursos tróficos, reforzamiento de la vigilancia en los ríos, control de predadores, entre otros. Nadie niega la necesidad de intervenir en ésos y otros ámbitos; pero en la pesca fluvial también son necesarios cambios. Y frente a esto no valen tentativas de obtener rédito desde el Partido Popular, porque para ganar en río revuelto hace falta ser pescador, no basta ser avezado buscador de oportunidades. La oposición debe asumir que en torno a la pesca deportiva en los ríos existe una economía, de dimensión e importancia variable, que debemos preservar porque es un factor de riqueza, y la mejor forma de arruinarla es no tomar medidas.

Nuestra propuesta para contribuir a la recuperación de la especie es múltiple y está sólidamente asentada en las conclusiones extraídas de las jornadas internacionales que organizamos en Soto del Barco en junio pasado, en las que hubo amplia participación de muchos de los sectores implicados en la gestión de la especie, de expertos y, en particular, de las asociaciones de pescadores asturianas.

El eje central se articulará en torno a un plan, el «Plan Salmón», cuyo primer texto tendremos listo antes de final de año, y que pretendemos que sea la guía de todas las actuaciones que han de llevarse a cabo de forma continuada para favorecer la situación de la especie. Pero a la vez que avanzamos en ese plan, debemos adoptar algunas medidas imprescindibles. Unas, porque tenemos visiones coincidentes en torno a su incidencia y necesidad de urgente aplicación, como la mayor vigilancia del recurso o el más eficaz control de la población de cormoranes, que ha experimentado una notable expansión en toda Europa y, a la que en aras del equilibrio biológico en los ecosistemas acuáticos, hay que contener y reducir adecuadamente. Otras medidas, porque los tiempos nos vienen marcados por circunstancias fijadas de antemano, y entre ellas se encuentra obviamente la elaboración de las normas de pesca que son imprescindibles para organizar la próxima temporada.

Todas estas medidas tienen un hilo conductor, interactúan y se orientan al mismo fin, y a la vez son independientes, atienden a requerimientos singularizados, todos necesarios e ineludibles a la vez. Es por ello mala estrategia intentar enfrentarlas entre sí. No se trata de culpabilizar y demonizar a nadie, sino de ver qué es lo que podemos y debemos aportar a esa tarea solidaria de recuperar las poblaciones de salmón. Y ahí, los pescadores, usufructuarios de un recurso común, tienen una especial responsabilidad; como también la tenemos quienes estamos llamados a organizar su aprovechamiento.

Hay que pensar para poder decidir qué hacer, que cuando los pescadores de río capturan los salmones éstos remontan los cursos de agua para reproducirse, circunstancia que utilizan quienes son aficionados a esta modalidad deportiva para capturarlos. Hay que pensar que los salmones con mayor valor genético y capacidad reproductora, los más grandes, son los que suelen retornar más temprano a los ríos, y que por lo común es sobre ellos sobre los que se ha ejercido tradicionalmente una mayor presión. Hay que pensar que cuando los salmones alcanzan las cabeceras de los cauces y los frezaderos están especialmente indefensos, al llegar mermados de fuerzas y encontrarse en un medio con poco caudal, resultando fácil su captura. Hay que pensar que los salmones son tan escasos en nuestros ríos que nuestras capturas deberían ser conscientemente muy bajas, pues de lo contrario esquilmaremos todo y no quedarán ejemplares suficientes para garantizar las poblaciones de los años venideros. Todas estas cosas y muchas más que sería prolijo detallar aquí deben ser contempladas y consideradas para elaborar unas normas que regulen una actividad -la pesca deportiva en los ríos- que, con independencia de nuestros deseos, puede tener y tiene influencia sobre las poblaciones de salmón.

Así que este es el reto y el quid de la cuestión: ¿Cómo las normas de pesca de la próxima temporada pueden influir positivamente a la sostenibilidad del recurso? Habrá quien piense que es imposible. Ése es el mensaje de quienes, en un extremo, dicen que los pescadores deben hacer un pequeño esfuerzo, pero no un esfuerzo excesivo. En otra posición radicalmente contraria se hallan quienes abogan por ir a la veda absoluta. Pero también está quien opina que, con muchas dificultades, aún se está a tiempo de salvar a la especie del abismo. Eso sí, con un cambio radical de nuestra concepción de la pesca y de la organización en torno a ella, que no eche a los pescadores del río sino que les garantice el poder seguir pescando, pero de otra manera, con la altura de miras propia de los tiempos que nos han tocado vivir, de escasez, que no de abundancia, para la población salmonera. Esa es la visión de la Consejería que, en consecuencia, defiende una normativa de pesca que asuma, en definitiva, que es imprescindible enfatizar la protección del recurso, porque sin recurso ni habrá pesca ni quedarán pescadores.

El salmón, que lleva años de advertencias, nos ha dado este año la señal de alarma. Tiene que nacer una nueva cultura de la pesca y tenemos ocasión de liderarla desde Asturias. Los pescadores tienen la opción de ser, junto con la Administración, protagonistas de este proceso. Pienso que emprender esa nueva cultura es un deber de ambas partes, con la naturaleza, con el conjunto de la sociedad y con las generaciones futuras, que también merecen unos ríos con vida de los que poder disfrutar.