Allá se iban el domingo unos convecinos de mi pueblo, Muro adelante, precedidos por cabezudos y al son de tambores, para homenajear al doctor Fleming junto a su monumento en el parque. Tan peculiar desfile tenía un tono de extravagancia británica muy propio para la ocasión. Un grupo de señoras entre maduras y muy maduras, recién descendidas de un «autopullman», caminaban paralelas al cortejo. En un momento dado, una de ellas, muy decidida, abordó a un paseante, intercambió unas palabras con él, que le señaló en dirección opuesta, ella hizo un gesto y el grupo giró sobre sus talones: buscaban la Oficina de Turismo del Náutico. Aquella excursionista habría sido una lideresa política estupenda: preguntar, rectificar y convencer a la masa de que aceptara su criterio y la siguiera, aunque ello significara volver por lo andado. Así debieron de empezar Indira, Golda, Margaret o Ángela a demostrar sus dotes de «condottiere».

Leo a un amigo que anduvo metido en política hacer una simpática parábola alrededor de la desaparición de las bolsas plásticas de supermercado y la vuelta al carrito de la compra, que es un supuesto paso atrás en las costumbres, aunque no tanto como volver al antañón capazo de ir al mercado; o sea, un pequeño retroceso, como ir por la playa desde la escalera 8 hasta la 4 para alcanzar el objetivo previsto.

Otros que también anduvieron muy metidos en política y ahora lo están menos -porque parece que la cosa, una vez emprendida, nunca se abandona del todo y, cuando menos, queda la curiosidad por la observación de los hechos-, como puedan ser Gregorio Peces-Barba, Joaquín Leguina o Juan Carlos Rodríguez Ibarra, por mentar ejemplos por la parte de babor, andan estos días echando sus cuartos a espadas y opinando: hablan desde sus experiencias acumuladas y sus observaciones en algo tendrían que ser atendidas. Naturalmente, sus opiniones estarán teñidas por sus propias circunstancias, le pasa a todo el mundo, pero a los que ahora mandan en su casa parece que no les hace mucha gracia que digan pío, porque andan aparentemente agarrados a sus bolsas de plástico y parece que ni se les ocurre volver por sus pasos desde el México Lindo a la Escalerona, como si ello fuera anatema. Debe de ser cosa contagiosísima, porque lo mismo les dicen por su casa a los que mandan en la de estribor, y ellos, erre que erre. En nuestra taifa hallamos parecidos síntomas, así que habrá que aceptarlo como viene y esperar a ver cómo evoluciona todo, al estilo de cómo los expertos recomiendan, por regla general, tratar una gripe, protocolos porcinos aparte. Es la templanza que se está aplicando con la que armaron los de las covachas con el desfase muselino, aplaudidos en Edimburgo y denostados aquí: los que mandan nos hablan de gripe leve; los que quisieran mandar, de graves gangrenas, y por el medio hay quien se pregunta si no sería bueno extirpar ese negro lunar, no vaya a ser que vaya a mayores.