Que se confiera a los docentes el rango de autoridad pública hoy mismo, siguiendo los pasos de Esperanza Aguirre o siguiendo los pasos del lucero del alba, considerándose las agresiones que sufran atentado y no falta, y prevaleciendo su palabra frente a la de la parte contraria. Que, por consiguiente, se les apoye a tope desde todos los estamentos en su nueva consideración, y, a quienes hagan mal uso de la misma, se les empapele con arreglo a la ley.

Que a los profesores que jamás hemos tenido problemas graves, ni siquiera menos graves, con el alumnado se nos lleve a cursos, cursillos y congresos curriculares a fin de difundir cómo hemos conseguido investirnos de autoridad moral, y, para no gravar al erario, que se nos paguen nuestras charlas con lo que hoy percibe esa peste de sociólogos, psicólogos y pedagogos asesores que, amén de no tener ni pajolera idea, estorban, interfieren e interrumpen.

Que el anuncio de la subida del 0,3 por ciento de nuestro sueldo sea considerado un lapsus ministerial y se repare al punto tamaño insulto a la función pública docente.

Que, al inicio de curso, se entregue a alumnos y padres o tutores un conciso y exacto prontuario con los deberes de unos y otros, redactado en lengua española y no en el habitual y presunto lenguaje administrativo, confuso, digresivo, agramatical y francamente mongol. Que no se tenga miedo a subrayar en el mismo que una autoridad pública es una autoridad pública, y que si se la veja o agrede se está cometiendo un atentado, por lo que el castigo no consistirá en dar en el culete suavemente con la cintas del mandil mientras suenan músicas de fondo de celestiales arpas, sino en la caída del puro proporcionado a sus desmanes. Que las penas impuestas sean conocidas, para desterrar la cada vez más creciente sensación de impunidad y cachondeo, y se sigan las costumbres de los países de larga tradición democrática que prevén trabajos en pro de la comunidad y ponen al infractor a currar en la limpieza y conservación de espacios, en sextaferias o atención a desvalidos, durante un buen puñado de tardes libres y fines de semana: con buen rollo y el talante que se quiera, pero a currar.

Que se recluya durante largas temporadas -en un espacio creado al efecto, maloliente, bien dotado de vómitos, excrementos y abundante material de desecho; con los más potentes altavoces atronando sin descanso con berridos, alaridos y sonidos inspirados en la música del taladro, el torno del dentista y los martillos neumáticos; con pantallas gigantes donde se emitan sin cesar imágenes y flujos verbales, también a toda pastilla, de Belén Esteban, Violeta Santander y compañía; con pandilleros infiltrados y muy tensos, previamente adiestrados por reconocidos psicópatas- a quienes promueven, programan, alientan, subvencionan y aplauden la cultura del «botellón» y de las drogas, la cultura del engorilamiento mental y físico, la cultura de Telecinco, la cultura de la mierda y la cultura de la mugre y la cutrez, como castigo por dejarnos a los alumnos presos de resacas paralizantes los lunes, inertes los martes, indiferentes los miércoles, perezosos los jueves y desmadrados los viernes.

Que los profesores de Lengua, Matemáticas, Francés? se vean obligados durante la hora de clase sólo a enseñar Lengua, Matemáticas, Francés? y no Lengua, Matemáticas, Francés? más disciplina, orden, modales cívicos, higiene, respeto mutuo, tolerancia, control de esfínteres y de emisión de gases innobles por diferentes vías, moderación expresiva y hasta corrección postural.

Que se me nombre, para cumplirlo, bien Consejero plenipotenciario de Educación o quién sabe si Ministro del Interior.