Después de los abrazos, palmaditas y servilismos, se dejó caer en el asiento trasero del fachendoso automóvil. Sus asesores le pasaron el papelito de la chuleta con los puntos a tratar en el siguiente mitin, aderezado con algunas espontáneas frases ingeniosas.

-Tengo que estudiar bien este papelito, pensó. Aunque no necesito convencer a los asistentes ya convencidos, van a estar las cadenas de televisión y mejor no meter la pata, que últimamente todo se me complica. Y es que a no ser que se haga un dislate muy gordo, la inercia de los votantes no se rompe tan fácilmente. Las elecciones no las gana un partido, sino que las pierde el otro, cuando entre sus guías aparece el verdoso espectro de la envidia, afloran la sórdida codicia, la pútrida traición y la puñalada trapera. ¡Caray, qué profundo pensamiento! Lo anotaré mentalmente para mis memorias políticas. Espero tardar en hacerlas. ¡Ay, San Judas Tadeo, cuatro añitos más! Que las nenas se hagan mayores, si no a ver quién les dice que hay que dejar el palacio presidencial. La pataleta puede ser memorable y ni el casoplón con piscina climatizada que me estoy construyendo ni puñetas, el palacio y el palacio. Como el numerito que me organizaron porque querían acompañarme a conocer a Obama, encima con la complicidad de su madre, que también estaba loquita por la visita. A ver quién se niega? Prefiero una sesión de control parlamentario con escándalo de corrupción por el medio que una de morros en casa. «Ya lo hemos dicho en el colegio», decían dando saltitos y palmaditas. Caray con el colegio, con lo que me cuesta. Eso sí, qué educación selecta, qué atención a la diversidad, lo mismo saben tratar a las hijas de todo un presidente que a los de un simple director del banco central. Y con los inmigrantes no digamos, no hay más que ver cuántos hijos de embajadores hay. De éstos tendrían que aprender los públicos, y encima protestan. Como Manolito, que me tomaba el pelo en la escuela y ahora es profesor de Secundaria, y yo, presidente, le voy a meter una ley de enseñanza que se va acordar.

¡Ay! Cuando me mostraron los modelitos que se iban a llevar. ¡Ay! «Eres un antiguo, papi», me decían. Antiguo yo, que no tengo en el pensamiento otra cosa que mi país para ponerlo a la altura de los tiempos, que dijo alguien, supongo que algún cantante. Así fue a la vuelta, cuando vieron cómo habían quedado en la foto. Lloros incontrolados, vahídos y amenazas de reclusión perpetua en un convento. ¡Hala!, a inventarse historias para retirar las imágenes de las nenas. Y fue peor. Tres semanas estuvieron sin hablarme nada más que para repetir las invectivas más hirientes de la oposición. Encima de que me chafaron esa foto en la que yo había puesto tantas ilusiones? Esperaba algo que quedara para la historia, así como la de Clinton y Yeltsin. De hecho había consultado con mi ministro de Infraestructuras para decir algo gracioso, pero sólo se le ocurrían chistes de belgas.

Todo me sale mal últimamente. Tal vez porque entre los míos ya hay un conspirador, un vendido?

-Presidente, ya hemos llegado.

Vio cómo le abrían la puerta del coche y no había ni echado una ojeada al papelucho de las narices. Todo le salía mal últimamente. Escudriñó las caras sonrientes y las actitudes de éxtasis religioso con que recibían a su timonel. ¿Quién era Judas?