Las emisoras de radio de pueblo lo que tenían es que en pocos metros cuadrados albergaban todos los aspectos del negocio: la fábrica -con su pequeña redacción, sus salas de control, sus locutorios-, los departamentos de administración y publicidad y el centro de las decisiones -la dirección-. Conocí varias y eran calcaditas las unas de las otras. Cambiábamos las personas -a diferencia de las funciones las personas somos intercambiables- y hasta los escenarios, pero, salvo los nombres de los protagonistas, dan lo mismo lo descrito por Vargas Llosa en «La tía Julia?» que lo contado por un poeta de Albacete predilecto de la radio de su pueblo que los propios recuerdos.

Un día de estos atrás se nos fue Armando Álvarez y, poco después Arturo Fernández Longoria; la pasada semana se marcharon Emilio López Tamargo y Tomás Martín Blanco, como hace unos años despedimos a León Bernardo Manso, a Paco Seijo o a Antonio García. La voz de alguno de ellos sonaba en los receptores, otros hacían posible que aquellos sonidos -nunca por arte de magia, pero sí mágicos- nos llegaran, o que todo aquel barullo tuviera sentido y aparentara un orden, o que los números cuadraran. A cada uno de los nombrados les debía algo en lo profesional y en lo particular. Ya no podré pagar esas deudas; entre otras cosas porque eran de inmaterial. Pero ya no podré. Como con tantos otros. Se trata entonces, se supone, de añadir eslabones a la cadena por el otro extremo y, con eso, ir tirando.

Una de esas redes sociales que abundan en internet se llama precisamente así: cadena de favores. Se trata de que la gente ofrezca lo que sea -servicios, utensilios, libros- y que otros se aprovechen de ello; siempre sin que medie pago alguno de por medio.

Estos días han ido declarando ante su señoría personas llamadas a ello en lo que conocemos como «caso Blanco» y se ha destacado algo llamativo: unos señores de la cosa inmobiliaria realizaron sucesivas compraventas de una finca sin ganar casi nada en la operación por la sola razón de que el beneficiario se portaba bien con ellos. Dice mucho de su filantropía, de su sentido de la amistad y de su cumplimiento de la palabra otorgada, aunque muy poco de su sentido como mercaderes. Es de esperar que en otros negocios su comportamiento haya sido distinto en aras del incremento de su patrimonio; cosa que parece ha sucedido porque algo han progresado durante los pasados últimos ejercicios. De todo ello, se deduce, y ello es lugar común, que todavía queda gente buena por el mundo, aun en sectores de la actividad económica que reputamos como despiadados y sólo movidos por los intereses puramente mercantiles.

Parece que hay valores con los que la recesión económica no puede y que se mantienen. Como sigue sonando la radio a pesar de que ni las voces sean las de antes ni los escuchas los mismos, aunque todos finjamos que la vida sigue igual.