Es una pena que la calle Alonso del Riego no se encuentre más cerca de la Casa Consistorial de Langreo, porque, de ser así, nuestros amados munícipes, con la señora alcaldesa al frente, frecuentarían más a menudo sus visitas y seguro que sus vecinos disfrutarían de una calle más cómoda y transitable. Porque es que, si no lo tienen delante de sus propias narices, el problema no existe para ellos. Aun así, muchas veces no lo ven o, simplemente, no es problema. Acogiéndose al célebre «plan E» y entre los pasados meses de abril y julio, el Ayuntamiento langreano realizó en esta calle, y en la adyacente de Pablo Iglesias, diversas obras que supusieron un cambio radical en su fisonomía. Se levantaron las aceras y el pavimento de la calzada para posibilitar obras de acometida de distintos suministros y servicios (agua, gas, electricidad, teléfono, etcétera), se colocaron nuevas y más anchas aceras y nuevo pavimento y, por último, se procedió a instalar un nuevo mobiliario urbano que embelleció las citadas calles, pero que supone una verdadera barbaridad urbanística al entorpecer la circulación de personas y de vehículos. Lo que se viene a denominar en la actualidad barreras arquitectónicas. Y nos explicamos: a lo largo de esta calle, que no tiene más de cien metros de longitud, se han colocado bolardos, papeleras, farolas y macetas ornamentales, todo de fundición, y se ha hecho alternando los diversos elementos, de tal forma que cada dos metros aproximadamente nos encontramos inevitablemente con uno de ellos, salvo en los tramos donde existe un vado permanente. La acera de los números impares, la que ya antes era más estrecha, ha sido ensanchada en unos treinta centímetros, pero resulta que ahora, con los nuevos elementos, es aún más estrecha, de forma que es imposible cruzarse con otro viandante sin que uno de los dos deba ceder el paso al otro. Peor aún si uno de ellos, a los dos, lleva un carrito de compra o de bebé. Así es que cuando pasamos por allí hemos de practicar eslalon y, en muchas ocasiones, salirnos a la carretera. Otra función que cumplen los bolardos es la de impedir el estacionamiento ocasional, una mudanza o la parada de una ambulancia para dejar o recoger a un enfermo, así es que cuando esto ocurre se monta una caravana de vehículos que no quiero ni contarles.

Mención aparte merecen las tapas de registro (agua, electricidad, etcétera). Hay en esta calle un total de setenta y, si creen que exagero, pasen por allí y cuéntenlas. Cuando los operarios colocaron el enlosado tuvieron que hacer verdaderos encajes de bolillos para recortar santísimas baldosas. Supongo que si hay setenta es que no puede haber menos, pero es que uno se percata de que hay tantas tapas cuando al pasar por allí una sí y otra también nos ofrecen un concierto de percusión. Eso es, más de la mitad están mal asentadas. Unas muy mal y otras menos mal, pero, en definitiva, mal asentadas. Ya hay quien llama a Alonso del Riesgo la «calle de las Tapas», y no precisamente de calamares o mejillones.

Por último, no queremos ni pensar lo que ocurrirá con los pobres peatones, entre los que forzosamente nos encontramos, cuando lleguen las lluvias de verdad, esas que forman grandes charcos, porque el pavimento no es uniforme y hay tan sólo tres registros de evacuación.

Lo más grave de toda esta chapuza municipal no es lo aquí relatado, sino el hecho de que en el tiempo que duró la perpetración de las obras no se vio en el escenario del crimen ni a un concejal ni a un técnico municipal que revisaran o supervisaran las obras. Así es que, terminada la fechoría, las recibieron tal cual. Veremos ahora cuánto tiempo tardan en corregir, si es que lo hacen.