A uno le gustaría que el aniversario de la Revolución del 34 estuviese siendo algo más que una repetición machacona de tópicos que, de un tiempo a esta parte, tanto se vienen profiriendo. No es descubrir ningún Mediterráneo señalar que la insurrección asturiana no respetó el resultado de las urnas. Muy distinta cosa es llamar golpe de Estado a algo que, más que tomar el poder, entendido al modo lampedusiano, lo que pretendía era dinamitar, y no sólo en sentido metafórico, lo que había. A quienes pregonan lo del golpismo del 34 no les vendría mal leer el libro de Malaparte, «Técnica del golpe de Estado»; les ayudaría a ser más precisos y rigurosos en la terminología que utilizan. De todos modos, el objetivo de este artículo es manifestar, más que una esperanza, el deseo de que los sucesos del 34, y no sólo en Asturias, pudieran ser aprovechados para que la figura del veigueño Augusto Barcia Trelles pudiera ser históricamente recuperada, al menos en Asturias.*

De momento, sin entrar en otras profundidades, quedémonos con el dato de que hubo asturianos que tuvieron su relevancia en los sucesos de Octubre del 34 fuera de nuestra tierra, y el caso de Barcia Trelles, de forma muy notable, al asumir como abogado la defensa de Companys.

Acaso más de un lector se pregunte quién era este veigueño que, además de defender a Companys en el 34 y de presidir interinamente el Gobierno de España en el 36, fue ministro de Exteriores y que, como Azaña, militó hasta la dictadura de Primo de Rivera en el Partido Reformista de Melquíades Álvarez.

Reparemos en algunos datos que jalonan su biografía. En la Universidad de Oviedo, tuvo entre otros profesores a Adolfo Posada y a Melquíades Álvarez. Nacido en 1881, perteneciente, por tanto, a la generación de 1914, la de Azaña, Pérez de Ayala, el rector Alas y Ortega; estuvo becado por la Junta de Ampliación de Estudios para completar su formación en Alemania en 1911. Fue uno de los primeros españoles en estudiar la obra de Marx. De hecho, la memoria que envió a la Junta para Ampliación de Estudios versó sobre los «Materiales para una bibliografía de la obra de Marx».

Estamos hablando también de un corresponsal de guerra de lujo durante la Primera Guerra Mundial, que enviaba sus crónicas al diario «El Liberal».

Añadamos a esto su trayectoria parlamentaria, tarea a la que se dedicó desde 1916, donde salió diputado por el distrito almeriense de Vera, distrito al que representó en todas las legislaturas hasta el golpe de Estado de Primo de Rivera en 1923. Se ganó un gran prestigio al debatir con Dato y Maura sobre la neutralidad de España en la I Guerra Mundial. Se consideró que fue el orador más brillante en el Parlamento español sobre política internacional entre 1916 y 1923.

Otra singularidad, nada baladí, de Augusto Barcia fue que, a su vocación europeísta, hay que añadir su americanismo.

Ocupó cargos muy importantes en la Masonería, como gran maestre de la soberanía española y soberano gran comendador del supremo consejo. En los congresos de Lausana, Ginebra, Bruselas y París intervino de forma trascendente en el devenir de la francmasonería de entonces.

Presidió el Ateneo de Madrid desde el 14 de diciembre de 1932 hasta el 8 de junio de 1933. Lo precedió en el cargo Valle-Inclán y le sucedió Unamuno. No estuvo ciertamente mal flanqueado.

Durante la II República se afilió a Izquierda Republicana. Tras el triunfo del Frente Popular de 1936 fue nombrado ministro de Estado en los gobiernos de Azaña, Casares Quiroga, Martínez Barrio y Giral.

Escribió sobre Jovellanos y Clarín, además de haberlo hecho sobre asuntos de política internacional. Sus obras, agotadas, dan buena muestra de una envidiable capacidad y formación en lo intelectual.

No hice más, en los párrafos que anteceden, que consignar datos acerca de la trayectoria pública e intelectual de este veigueño que, como otros muchos asturianos ilustres, es un desconocido para la mayor parte de la sociedad actual.

Con todo ello, pretendo, nada más y nada menos, invitar al lector a que se pregunte cómo es posible que una personalidad de esta talla esté tan lejos de ser conocido y reconocido entre nosotros, al tiempo que quiero insistir también en que los sucesos de Octubre del 34 no sólo acaecieron en Asturias, sino que también hubo asturianos, como es el caso de Augusto Barcia, que tuvieron un protagonismo importante, en tanto abogado y republicano, en la defensa de un político catalán que terminaría sus días trágicamente tras la guerra civil.

Y, de otra parte, también quiero resaltar que Azaña en su libro «Mi rebelión en Barcelona», donde da cuenta de su encarcelamiento a resultas de los sucesos en la capital catalana, cita en más de una ocasión a Augusto Barcia como uno de sus hombres de confianza.

Este veigueño tan ilustre como desconocido terminaría sus días en la Argentina en 1961.

¿Nos podemos encontrar con la sorpresa de que, a resultas de Octubre del 34, se hable más de Barcia en Cataluña que en Asturias? ¿A qué conclusión llegaríamos, pues?

¿Cuándo se publicará en Asturias una biografía lo suficiente mente digna y completa sobre Augusto Barcia?

(Luis Arias Argüelles-Meres es autor del capítulo dedicado a Augusto Barcia Trelles perteneciente al libro «Republicanos en la memoria: Azaña y los suyos». Editorial Eneida. Madrid, 2006.)

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