En los últimos tiempos se viene produciendo un cierto debate (no todo lo profundo que el asunto requiere) sobre la adaptación de los estudios universitarios a los requerimientos del Espacio Europeo de Educación Superior, popularmente conocido como plan Bolonia. Entre los objetivos confesados (y confesables) de esta adaptación se ha apuntado la necesidad de que las nuevas titulaciones converjan en contenidos con las homólogas del espacio europeo en el que nos encontramos; flexibilicen los currículos de los estudiantes permitiendo una cierta permeabilidad entre enseñanzas afines mediante la inclusión de asignaturas transversales; modifiquen los métodos de enseñanza en el sentido de hacer más protagonistas a los estudiantes de su propia formación; coordinen los niveles de esta formación de modo que las enseñanzas generalistas o de grado sigan propuestas de postgrado o especialización capaces de aprovechar la mencionada transversalidad entre los diferentes campos del conocimiento y, en fin, aprovechen las ventajas comparativas que cada universidad pueda hacer explícitas en aquellos ámbitos en que por historia, tradición o desarrollo específico de áreas de excelencia su posición de partida sea especialmente destacable en términos comparativos, todo ello sin dejar de tener en cuenta aspectos tales como algunas restricciones institucionales y/o presupuestarias evidentes y la demanda social de profesionales preparados en los distintos campos del conocimiento. Se trataría, por tanto, en sentido metafórico, de pasar de los ferrocarriles de vía estrecha del siglo XIX a los anchos de vía europeos del siglo XXI.

Sin embargo, en mi humilde y seguro que poco cualificada opinión, los resultados que vamos obteniendo del proceso de reforma de titulaciones emprendido por la Universidad de Oviedo no parece que vayan a satisfacer adecuadamente los objetivos mencionados, al menos en lo que respecta al campo que más conozco (el de las llamadas ciencias sociales), de modo que sin ánimo de ser más catastrofista de la cuenta creo atisbar que lejos de cambiar el ancho de vía corremos serio riesgo de descarrilamiento.

Varias son las razones que me llevan a manifestarme de un modo tan poco optimista, pero sólo voy a ofrecer dos en las siguientes líneas.

La primera tiene que ver con el juego de intereses territoriales, ajenos por completo a cualquier criterio académico, que ha llevado a proponer la segmentación de títulos en el campo de las ciencias sociales de un modo impensable en cualquier otro campo del conocimiento. Si a cualquier científico serio se le propusiera la creación de un grado en Pediatría, nos diría con razón que eso es una especialidad y que no se puede aspirar a curar enfermedades infantiles sin antes conocer las bases de la Medicina general. Del mismo modo será difícil encontrar propuestas de grado en Química Orgánica, Física Nuclear o Paleontología Estratigráfica. Sin embargo, nuestra Universidad (ojo, no sólo la nuestra) no le hace ascos a dotar del carácter de grado a nuevas titulaciones como Contabilidad y Finanzas o Comercio y Marketing, desgajándolas del tronco común de los estudios en Economía o Administración y Dirección de Empresas o a intensificar sin reforma alguna de su enfoque estudios que han dado muestras palpables de su fracaso como los de Gestión y Administración Pública (11 nuevos matriculados en Oviedo y 5 en Gijón para este curso según informaciones periodísticas recientes, por no hablar de los penosos datos de empleabilidad de sus egresados). En mi humilde, e insisto, probablemente sesgada opinión, hubiese sido preferible mantener el tronco común en los dos primeros casos, reconvertir Gestión y Administración Pública a algo más parecido a Ciencias Políticas y de la Administración con un enfoque más formativo y reconducir los estudios de Contabilidad y Finanzas, Marketing y Gestión y Administración Pública a titulaciones de postgrado, esta última en particular con un enfoque transversal que hubiera permitido acceder a alumnos con formación previa en los ámbitos jurídico, económico o politológico dentro de nuestra Universidad.

La segunda está más relacionada con el título específico de este artículo y tiene que ver con los contenidos. Así, lejos de modernizar las enseñanzas y de preocuparse por los contenidos que necesitan los futuros profesionales que van a ejercer en los campos de las ciencias sociales, nuestros nuevos planes de estudios no hacen sino reflejar los intereses espurios que como burócratas con pequeñas parcelas de poder intentamos perpetuar los profesores universitarios.

Sólo así se puede explicar por ejemplo que el nuevo plan de estudios de Derecho se nos presente como un plan puro (sic) en Derecho, es decir, no contaminado por cosas tan poco útiles como la Economía, la Sociología u otras materias que atentarían sin duda contra la esencia formativa de los futuros juristas. Yo, ingenuo de mí, pensaba que la solicitud de prueba de pureza de sangre, RH adecuado o certificado de cristiano viejo eran resquicios del pasado felizmente superados en estos tiempos de mestizaje y alianza de civilizaciones, pero parece que aún quedan reductos en una facultad que cual aldea gala de Astérix resiste heroicamente el avance de los tiempos. En el resto de propuestas de titulaciones en ciencias sociales que conozco (Economía, ADE Relaciones Laborales, GAP, Contabilidad y Finanzas, Turismo y Comercio y Marketing), que como creo haber dejado claro no me entusiasman precisamente, al menos se respeta (bien poco es) la idea de flexibilidad y permeabilidad, manteniendo un porcentaje amplio de contenidos comunes en el primer curso de cada grado, de modo que los alumnos que crean haberse equivocado de elección puedan pasar a segundo de otro grado fronterizo con un bagaje de conocimientos que les permite minimizar sus costes de movilidad.

Frente a esto, los estudiantes de Derecho cursarán un primer curso en el que la única materia no jurídica (por otra parte la única de toda la titulación, incluidas asignaturas optativas) es una propuesta bajo el increíble título de Economía y Contabilidad, con una carga lectiva de 6 créditos en total (2,5 por ciento del total de créditos de la titulación) y con lo que se pretende que los estudiantes alcancen una mínimas nociones de disciplinas tan separadas en sus contenidos como lo pueden ser la Geología y la Geografía. Ciertamente, el argumento en defensa de este resultado es que los órganos de gobierno de la Facultad lo han aprobado por amplia mayoría. Nada que objetar, por supuesto desde la lógica de la ortodoxia democrática, pero sólo espero que con la misma lógica democrática otros órganos más independientes y con mayor altura de miras (estoy pensando en el consejo de gobierno de la Universidad, el Gobierno del Principado y, en última instancia la ANECA) sean capaces de poner un poco más de sensatez en el proceso, respetando el espíritu de Bolonia. Lo mismo que la guerra es demasiado importante para dejarla en manos de los militares, la educación superior lo es para dejarla en manos de corporativismos universitarios.