En los tiempos de lo efímero hay, sin embargo, emergentes culebrones que acaparan la atención mediática cuyo origen se remonta unos cuantos años atrás. Verbigracia, el llamado «caso Gürtel». De no ser así, ¿cómo explicar esa foto tan recurrente en la que señor Correa comparece en compañía de su esposa como asistente a aquel evento nupcial organizado por un Aznar ebrio de poder en el entorno escurialense? ¡Qué abismo separaba a aquel hombre del mismo que unos siete años atrás prometía regeneración tras los desmanes del felipismo!

Permítame el lector un breve recordatorio de aquel político que accedió al poder en el 96. No tenía el carisma de González, pero Aznar era un hombre honrado. No generaba, ni de lejos, la ilusión que en su momento había despertado el abogado laboralista sevillano, pero Aznar era un hombre honrado. No andaba muy sobrado de dotes oratorias, pero Aznar era un hombre honrado. Aun así, con la que había estado cayendo informativamente hablando contra el felipismo, aquel político de Valladolid perdió las elecciones del 93. Tuvo que esperar tres años, adelanto electoral incluido, para obtener una pírrica victoria que le obligaba a buscar pactos para formar Gobierno. Por fin, le llegó su turno con el mensaje de la regeneración política bajo el brazo. Y es el hecho que, tras su segundo mandato, este hombre no sólo se endiosó de forma más que preocupante, sino que dejó en su partido una herencia política que, a día de hoy, lo está lastrando tremendamente.

Regresemos a aquel evento sociopolítico en el que un Aznar ebrio de poder decidió convertir en espectáculo público una ceremonia familiar.

Nada menos que en El Escorial. Nada menos que en el histórico escenario que en su día definió Ortega como «piedra lírica». Tenía el buen hombre anunciada su despedida de la política cumpliendo su promesa de abandono de la Presidencia del Gobierno tras dos mandatos.

¡De qué manera se fue, Dios mío!

Todo fotos, la de las Azores, el bodorrio escurialense, la postura chabacana departiendo con Bush.

Aquella boda de Estado, aquella soberbia sobrevenida en un hombre que parecía cumplir al dedillo la conocida sentencia de Oscar Wilde que habla de que la diferencia entre el mediocre y el que está por encima de ello radica en que mientras que el segundo es capaz de sobreponerse a varios fracasos, el primero, en cambio, no puede digerir con dignidad un triunfo, y nos referimos en este caso a aquella mayoría absoluta conseguida en el año 2000, que lo llevó a perder los papeles hasta un punto que fue mucho más allá de lo previsible.

No es ni puede ser casual que el presunto cerebro de la supuesta trama de corrupción conocida como «caso Gürtel» se localice visualmente en la mnemoteca mediática en aquel bodorrio en el que el señor Aznar hizo de un evento familiar una especie de boda de Estado, como si, en su caso, el poder y la gloria fueran un asunto genético.

Aquella boda de Estado, aquella borrachera de poder. Aquel Aznar que creyó en Bush con la fe del converso. Aquel Aznar que confundió las Azores con Yalta. Aquel Aznar que, poco después de abandonar el poder, nos abochornó a todos oficiando de Américo Castro en una Universidad estadounidense en la que no hizo más que soltar una serie de topicazos con un estilo insultantemente zafio que demostraba no sólo su ausencia de rigor científico, sino también un desconocimiento total de lo que se pueden considerar las buenas formas académicas.

¡Qué herencia política le dejó a su partido! Compare el lector por un momento a aquel Aznar que aceptó su derrota electoral en el 93 con aquel otro que se revolvió contra el resultado que arrojaron las urnas en 2004. Y no se olvide, de otra parte, que en la legislatura anterior, parte de su fiel infantería, como Acebes y Zaplana, más que hacer oposición a Zapatero, lo que escenificaron fue su rechazo a un resultado electoral que ya era irreversible.

Tras la derrota de 2008 parecía que Rajoy, con cuatro años de retraso, se libraba de parte importante de la herencia de Aznar, pero llega el «caso Gürtel» y volvemos a aquella aznaridad de la que habló en su momento Vázquez Montalbán. A la aznaridad más delirante.

Nocivo es dejar las cosas mundanas en manos de otros hasta el extremo de olvidarse de aquello que en su momento le sirvió para ganar unas elecciones: la promesa de regeneración, el compromiso de acabar con aquella España felipista en la que el jefe de los guardias huía con el dinero y el jefe del dinero pernoctaba en prisión.

Se refirió en su momento el viejo sindicalista Nicolás Redondo al abrazo aristocrático del PSOE que llevó a este partido a aquella política tan izquierdista e igualitaria del enriquecimiento rápido. En el caso de Aznar, más que de abrazo aristocrático, habría que hablar de los delirios de un hombre de inteligencia no deslumbrante que se creyó que su mandato lo elevaría a las más altas hornacinas de la historia.

No quiero poner en duda la honestidad de nadie, tampoco la de Aznar.

Pero de lo que estoy seguro es de que su endiosamiento le impidió llevar a cabo la regeneración prometida.

Y, de otro lado, no sé cómo afrontará Rajoy este culebrón que está lejos de acabarse, pero sí estoy seguro de que la trama sobre la que se han elaborado en el ámbito judicial miles y miles de folios es una de las hijuelas de la herencia política de un Aznar que en su momento decidió que los asuntos mundanos eran demasiado sórdidos para él.

En plena era de la imagen, la boda escurialense, allí donde se escenificó el poderío inexpugnable de un imperio en donde no se ponía el sol, donde se construyó un monumento al esfuerzo, siglos más tarde, un presidente de Gobierno hace de una ceremonia privada una especie de boda de Estado, de la que se rescata para el recuerdo, en plena escandalera mediática, la fotografía del jefe de una trama de una supuesta corrupción política.

De Filesa a Gürtel hay algo más que el paso de la peseta al euro: hay la asignatura pendiente de la financiación de los partidos, y hay también la constatación de que la podredumbre de la política, más que episódica, está siendo epidémica.

¡Qué hijuelas de una herencia política marcada por el envalentonamiento que sólo puede brotar en terrenos abonados por el detritus de la mediocridad!