Sting cultiva de manera ecológica sus frutas, verduras y viñedos. ¿En qué país? Había un personaje de John le Carré que trataba de plantar viñedos en Inglaterra. La pasión por el vino es muy inglesa. Pocas veces he oído hablar de vino con tanta autoridad como a una pareja británica en una bodega de Provenza; sabían un montón, tardaron en decidirse, compraron mucho. Quizá por eso invadían los ingleses Francia, para beber mejor. Sting es un jazzman que se dio cuenta a tiempo de qué música era rentable, y supo rodearse además de una aureola extramusical por su compromiso con un montón de causas muy oportunas. Los discos de su grupo contribuyeron a reventar el hippismo, que probablemente era lo que hacía falta en aquel momento. La ventaja de los músicos sobre los políticos es que, en política, se les hace más caso. Hay pocos ejemplos de lo contrario; Bill Clinton tocaba el saxo pero como si nada, o casi. Ahora le han dado el Nobel de la Paz a Obama, y recuerda uno la vieja frase de Umbral cuando, al preguntársele a quién daría el Nobel de Literatura, contestó que a Henry Kissinger; si le habían dado el de la Paz, explicó Umbral, por qué no también el de Literatura. Quizá sea que los premios Nobel, como los Juegos Olímpicos, vayan por continentes con una precisión matemática; quizá baste con ver la lista de los últimos ganadores, comparar datos y deducir quién va a salir en la foto el año que viene.

Las canonizaciones no son como la adjudicación de los Juegos, hay milagros por medio y eso es otra historia. Una vez, en Albacete, dejé mi coche aparcado en la calle Padre Coll. A la mañana siguiente le dije al taxista que me llevara allí; sé bien dónde es, vivo en esa calle, me dijo el taxista. Y me olvidé del padre Coll, debo decir. Ahora leo que le han canonizado; no se les puede negar a los albaceteños de entonces visión de futuro. La visión de presente la daba muy bien una canción de Luis Aguilé: «Es una lata el trabajar, todos los días te tienes que levantar. Aparte de eso, gracias a Dios, la vida pasa felizmente si hay amor». No es fácil decir más en menos, francamente. Y un millonario canadiense y turista espacial -no se es lo segundo sin lo primero- ha vuelto a la tierra en la Soyuz TMA-14, y dicho a su regreso que quería llamar la atención sobre la situación del agua en el mundo. El viaje le costó treinta y cinco millones de dólares. ¿Para qué ir tan lejos? Todos los viajes son espaciales, dijo Borges. Y no le dieron el Nobel. Otra historia.