Los 75 años de la Revolución de Octubre en Asturias dan pie por estas fechas a numerosas contribuciones en forma de artículos de prensa, entrevistas, tertulias, conferencias y libros, rigurosas unas, tendenciosas otras, aunque también interesantes porque aportan diferentes puntos de vista y posiciones ideológicas que no sobra conocer sobre aquellos sucesos gravísimos de nuestra propia historia.

Pero los hechos son los hechos, casi todos medibles y documentados, por más que quienes se consideran herederos políticos de los causantes, sobre todo de los dirigentes, los quieran dulcificar. La primera de esas «dulcificaciones» es la de que la insurrección no tuvo nada que ver ni fue un antecedente de la Guerra Civil. Vamos por partes.

La razón aducida para la intentona contra la legalidad republicana (¡defendida entonces por el mismísimo Franco!) fue la entrada el día 4 de tres ministros de la derecha y el consiguiente peligro de fascistización. 1.º, la CEDA no era fascista. 2.º, había aceptado expresamente el régimen republicano. 3.º, tenía derecho a entrar en el Gobierno y aun presidirlo desde el año anterior por haber ganado las elecciones democráticas. 4.º, sus carteras no eran ni suficientes ni relevantes para un golpe a la austriaca. 5.º, una revolución no se improvisa en una noche, la del 4 al 5 de octubre. 6.º, el Comité Nacional Revolucionario ya había puesto en marcha la organización de los preparativos y los alijos de armas por lo menos ocho meses antes.

La fractura social fue provocada por la República al llevar a cabo una política excluyente de monárquicos, católicos y conservadores, una derecha legítima que había aceptado expresamente el nuevo régimen, del que la izquierda se apropió contra la mitad de España. Y ésta fue, por acción y reacción, la causa de todas las causas. El artículo 26 de la Constitución constituyó un verdadero torpedo bajo la línea de flotación de la Iglesia católica, entonces mayoritaria.

No será preciso recordar el desorden social, las agresiones, las muertes, los incendios y el descontrol de aquellos años y los claros presagios de una izquierda radical que perseguía la dictadura del proletariado instrumentalizando la República. Un régimen que empezaba por ser apuntalado con la restrictiva ley de Defensa de la República y una sectaria censura de prensa.

Un elemental derecho a la legítima defensa tuvo que surgir entre los damnificados, en su mayor parte modestos españoles de a pie que vivían de su trabajo y no tenían nada de burgueses, ni de capitalistas, ni de terratenientes. La Revolución de Octubre fue un paso más y la gota que colmó el vaso y alertó a los militares que de algún modo catalizaron la alarma de los agraviados ante lo que estaba pasando y lo que podía pasar. Las espadas estaban en alto y la insurrección fue un acto de guerra y un intento de golpe de Estado. Por eso el levantamiento del 36 se hizo con vivas a la República.

No en vano, la capitulación del autodenominado Ejército Rojo del 34 se hizo con promesas de revancha y expresiones como un alto en el camino, una tregua, un descanso, un paréntesis, un volveremos. Así fue veinte meses después.

Luego es cierto de toda certeza que la Revolución de Octubre de 1934 no se improvisó en una noche por causa de los tres ministros de la CEDA, sino que fue una vuelta de tuerca más hacia la bolchevización de la República y un antecedente próximo de la Guerra Civil, es decir, el mal causado cuyas causas estaban ya en los años anteriores.

Por lo demás, afirmar ahora que la Universidad ovetense fue destruida por las bombas de los aviones gubernamentales; que no hubo persecución religiosa deliberada, que los curas muertos lo fueron por grupos de incontrolados, que la joven Aída no murió en un acto de guerra sino asesinada y que tenía 16 años (le faltaban tres meses para cumplir 20) y que la represión posterior fue brutal, entre otras afirmaciones de parecido sesgo, hay que ponerlas en entredicho. Será interesante volver sobre ello.