Con motivo del nuevo plan de estudios de la Facultad de Derecho me he visto en la gustosa obligación de responder a ciertas opiniones vertidas por apreciados colegas míos de la rama económica, que protestan airadamente por la escasa presencia de sus muy respetables disciplinas en el diseño del futuro Grado en Derecho, conforme al Espacio Europeo de Educación Superior (EEES). Lo hago desde mi respeto personal y académico por su quehacer, y salvando siempre sus intenciones, aunque no suponga ello mi conformidad con sus argumentos. Si acuso de intereses exclusivistas a quien me tacha de lo mismo es porque sinceramente lo estimo así, e incluso puedo justificarlo hasta cierto punto, aunque no me satisfaga dicho modelo de conducta. Creo tener derecho a la discrepancia y no considero menosprecio hacia nadie por exponerla. No debería, pienso yo, zaherir a nadie que haga público mi criterio contrario. No hay que manifestar miedo por la discrepancia.

Agradezco sus opiniones e iniciativas y, como representante de la Facultad de Derecho, en ejercicio del cargo de decano y presidente de las diversas comisiones que han elaborado la propuesta definitivamente aprobada por gran mayoría en la junta de Facultad, simplemente realizo las apreciaciones que considero más oportunas. Se ve, sin embargo, que, lejos de contentar a los disidentes, les incomodo con frecuencia. Mucho lo lamento, y ya desde ahora presento mis más sentidas disculpas por el efecto, que no por las causas, pues manos limpias no pueden ofender y si hiero sus susceptibilidades les garantizo que no resulta ni por asomo ésta intención mía. Con todo, garantizo que ciertas actitudes lastimeras me sorprenden, pues no hay más que leer mi artículo del día 15 de LA NUEVA ESPAÑA para comprobar que su tono no era, ni en la forma ni en el fondo, insultante o desabrido, pero ya se ve que las sensibilidades a veces resultan muy escrupulosas. Mi distinguido colega el profesor Pandiello parece sentirse descalificado por mis opiniones, y me cuesta creerlo. Receta debates serenos y educados a la vez que repudia las malas formas. Sería de agradecer que cada uno se aplicase su propia medicina.

En mi artículo, calificaba sus juicios de agudos, e incluso agradecía su participación en la reforma de nuestro plan, a la vez que mostré comprensión por su voto contrario, alabando su coherencia. Nada de todo ello le satisface y se siente muy dolido. Con gusto le presento mis excusas y le garantizo que no era tal mi propósito. De ninguna manera entendí su criterio como un ataque frontal contra la titulación en Derecho, pero al menos consideraba oportuno un contraste de pensamientos que no puede ofender a nadie, salvo a quien tampoco quiera un enriquecedor debate de las distintas visiones del problema. Él mismo titula su réplica «Comulgando con ruedas de molino»: pues eso, no lo hagamos ninguno y, ya que predicamos, demos también trigo. Nunca yo me sentí atacado por sus muy respetables opiniones y simplemente ofrezco la libre réplica. Por tanto, de insidias, nada. Hice referencia objetiva sobre la historia reciente de reformas en los planes de estudio de nuestra Facultad (también suya, que nunca lo he negado, pese a la repetida y entrecomillada cita de artículos posesivos que con licencia, me imagino que literaria, me imputa), pero creo no haberle atribuido un protagonismo distinto del que cada uno representó. Es justo alabar la mejor intención de los partícipes en sendos capítulos, pero tampoco lo es menos reconocer los errores cometidos, precisamente para no incurrir de nuevo en ellos. No le culpo por su participación en los planes pasados, simplemente la refiero, como él mismo lo hace. No sé qué tiene de feo decirlo, aunque confiese ahora él cierto arrepentimiento.

Afirma que me parapeto tras órganos impersonales para justificar el derrotero de la reforma emprendida, cuando sólo destaco que no hemos seguido en este punto un juicio personalista, sino meditado por un amplio conjunto de expertos e instituciones de notoria solvencia y largamente discutido. No creo que nadie vea mal en ello, máxime cuando se trata de organismos nacionales y de nuestra Facultad que integran la representación cuantitativa, y siempre cualitativa, de todos los miembros de la comunidad universitaria, que hubieran debido ser más escuchados en este proceso de Bolonia.

Me acusa también de escurrir el bulto, si bien resulta un tanto pretencioso decirlo así, después de haber publicado en la prensa regional varios artículos sobre Bolonia. En todo caso, lo que aquí más interesa es que, nos plazca o no (a unos más y a otros menos), la reforma de los planes para su adaptación al EEES constituye un imperativo al margen de los gustos particulares. Ahora bien, el modo de proceder no resulta uniforme y aquí se aprecia el destino que cada Facultad desea para su propio título y cuyo resultado no puede ser más elocuente para el caso que nos ocupa.

Los hechos son tan evidentes que no merece la pena discutirse y que ha existido la asignatura de Economía y Contabilidad para otros planes de estudio en la Universidad de Oviedo, sin tanto escándalo ficticio como ahora, consta en la memoria de la Universidad y a ella me remito. Es fácil comprobar quién tiene la razón, pues están publicadas. Le ofrezco la referencia: http://www.uniovi.es/vicinves/Web_investigacion/Memoria/mem1999/pdf/c230.pdf.

Resulta un tanto contraproducente que le puedan a uno tachar de corporativista, pero que quede prohibido que cambien las tornas. Se ve que hay dos varas de medir. Quizás es que, como el profesor Pandiello piensa, con dudosa gentileza, lea yo su artículo con mente estrecha y sin entender nada. Prometo empeñarme más en el futuro, pero lo cierto es que alega el 2,5% de la titulación para juzgarla en su conjunto, y los números son suyos, no míos. Resulta evidente que la polémica sobre la materia venía sugerida por la procedencia del saber que cada uno cultiva y su reflejo en los planes aprobados. Reitero que la lectura del decreto de aplicación de Bolonia se hace necesaria, pues allí tanto Historia, Geografía, Educación como Psicología, entre otros estudios, forman parte del Grupo de las Ciencias Sociales, y no sólo Economía, Empresa y Derecho, pero él no les presta ningún tipo de atención, ignoro por qué, aunque pueda sospecharlo. Dice no referirse a los estudios de Derecho en exclusiva, pero en su primer artículo así lo hacía en los contenidos. Sinceramente no sé con cuál de sus cartas quedarme, pues las cambia con excesiva facilidad.

La discusión acerca de la democracia y el autoritarismo me parece un poco superflua. Es fácil a mi juicio dirimirla. Reclama, si bien con escasa chance dice, que las autoridades rectifiquen lo que considera desatinos, contra el parecer democrático y apabullante (si se me autoriza el término) del órgano decisor de la Facultad. A los hechos me remito y cada uno sabrá juzgar a qué me refiero. Una cosa es el origen democrático de los órganos y otra el que la toma de postura siga el proceso de la votación democrática. Cuando uno desea que intervenga el poder para rectificar el acuerdo adoptado por la mayoría del cuerpo decisor apela en el fondo a la intervención pública en fenómenos democráticos internos. Como afirmaba el Aquinate, «distingamos, porque donde no hay distinción hay confusión».

Asegura que da por finiquitada la polémica. Me alegra, y seguiré su conducta en sus propios términos, se lo prometo, aunque por razones distintas, pues no conozco a «los colegas ociosos» que menciona.