No me gustaría que nadie se mesase los cabellos por la palabra «apretón» ya que figura en el DRAE y, unos más otros menos, casi todo el mundo la ha empleado alguna vez. Y, por desgracia, lo de descifrar claves, también lo hemos tenido que hacer más de una vez.

Yo recuerdo, con verdadera nostalgia, aquellas puertas antiguas en los lavabos de cualquier cafetería, en la que se podían observar unos labios que, por su aspecto siliconado, más de una los quisiera para sí; o aquella peluca sesentera bajo la que te imaginabas una muchacha delgada, moderna (para su época) y con el inevitable lunar postizo sobre el labio superior. O aquellos mostachos tan poblados tipo intelectual de finales del XIX con su bastón y su bombín.

Entiendo que en cualquier tipo de negocio, quiera aplicar su dueño esa máxima que dice: renovarse o morir; pero ¿no sería posible una renovación con la que, siguiendo una línea lógica de razonamiento, se descubriera sin problema el cubículo que te corresponde? Primero fueron los niños y sus orinales: sin problema, quedaba clarísimo. Después vinieron las representaciones gráficas de los gametos; aquí ya tuvimos nuestros más y nuestros menos hasta que aprendimos a identificarlas y, lo que era peor, ha recordar cuál era cuál si pasaba mucho tiempo entre una vez y otra. Pero lo de ahora? ¡eso ya es que no tiene nombre! El otro día, sin ir más lejos, me llevaron mis pasos a un ciber y, mis necesidades, a buscar el consabido servicio público. Tuve que preguntar no por la ubicación de la puerta que me correspondía, sino por las puertas en sí porque sólo veía dos, eso sí, con idéntica simbología compuesta por unas doce pegatinas metálicas, que no quise traspasar por el signo clarísimo de: ¡Peligro, riesgo de electrocución! Pues eran esas. Cuando la empleada, habituada sin duda a un sin fin de preguntas sobre el tema, me lo indicó, no dejó de advertirme, sin que yo hubiese manifestado aún mi duda, que la mía era la primera.

Nunca he entendido esa escena peliculera en la que un pobre incauto se equivoca de servicio y, las féminas que están dentro siempre pintándose los labios, chillan como unas desesperadas que han visto a un fantasma. Eso sí, cuando ha entrado algún hombre en el servicio, mientras yo me lavaba las manos, no puedo por menos que volver la cabeza hacia él y decirle con la mirada: lo siento por ti, buen hombre, a mí se me da mejor descifrar claves.