Este jueves 19 está previsto elegir durante una cumbre extraordinaria de los 27 los dos nuevos cargos que crea el Tratado de Lisboa recientemente aprobado: el de presidente permanente del Consejo Europeo y el de alto representante para la Política Exterior y de Seguridad Común, hasta ahora ocupado por el español Javier Solana, las dos nuevas caras visibles para liderar la Unión Europea. Y lo curioso es que se debate mucho sobre nombres y poco sobre la política exterior y de seguridad común.

La sustitución de la rivalidad por la cooperación ha permitido el período más largo conocido en la historia de Europa occidental de paz y prosperidad, después de la trágica II Guerra Mundial. Hoy ya no se teme una invasión militar de un vecino, salvo quizás el caso de Ceuta, Melilla y Canarias. Se teme al terrorismo fanático, a líderes populistas con armamento atómico o incluso el cambio climático a largo plazo, aunque ha sido exagerado.

Se dice que Europa es un gigante económico y un enano político, puesto que hasta el presente ha sido incapaz de coordinar una política exterior común. Desde luego es muy difícil poner de acuerdo a 27 sobre un mismo tema, y las decisiones tendrán que tomarse por mayorías cualificadas y no por unanimidades idealistas. Ni siquiera sabemos definir qué es Europa. Pero en este sentido no hay viento favorable para el barco que no sabe adónde va.

Tópicos fuera. Hay cuatro piedras claras de toque para resolver: qué hacer con la Turquía musulmana -Europa no debe ser un club cristiano, sino liberal-, con Marruecos -con una débil democracia social-, con la enorme Rusia euroasiática que busca su lugar, y con Oriente Medio, donde el conflicto árabe-israelí aún no se ha encauzado después de décadas de negociaciones y premios Nobel.

La Europa de los apaños frente a los horizontes. En medio de ello hemos asistido al espectáculo de un gobierno que, ante el drama de las familias afectadas por el secuestro del pesquero «Alakrana» en Somalia por piratas del mar, se afanaba en encontrar la manera de saltarse la Justicia, ceder al chantaje de los delincuentes y pagar la extorsión. El mensaje es claro: sigan secuestrando, es un chollo.

Cuando estuve hace un par de veranos una semana en Rostov del Don (la Sevilla rusa), junto al mar de Azov me enseñaron la que tradicionalmente fue frontera entre Europa y Asia, hoy claramente desbordada. En lo geográfico no se ponen de acuerdo si es el río Volga o el río Ural -los montes Urales, colinas, son puerta y no barrera-. O acaso, como decían los antiguos griegos sobre la «Cosmópolis»: Todos somos ciudadanos del mundo, y sólo hay que considerar extranjeros a los malvados.

Quizá lo absurdo hoy es el propio concepto de frontera, aunque en España los nacionalistas quieran multiplicarlas. En lo histórico y humano no hay tal frontera, pues los rusos de Siberia del sur son culturalmente europeos. En cualquier caso, más allá de retóricas «Alianzas de civilizaciones» lo que nos interesa saber, en un mundo globalizado por las telecomunicaciones, es cómo contribuir a la felicidad personal y al progreso común para extender la libertad con paz y prosperidad.