El ovetense Amador Menéndez Velázquez, químico y premio europeo de divulgación científica, trabaja en Massachusetts (EE UU) para hallar una pintura que, aplicada sobre los cristales, convierta cualquier ventana en una fuente de energía. Su experimento cuesta mucho dinero, pero si lo consigue cambiará nuestra vida. Las casas serán como minicentrales eléctricas. El caso viene como anillo al dedo para ilustrar el valor de la tan traída y llevada I+D+I. Detrás de un científico brillante siempre hay una institución o una compañía que cree en la investigación y que se aplica en resolver un problema. No siempre lo consigue de inmediato, ni por un camino fácil, barato o que reporta beneficio a la primera. Innovar requiere, por eso, de una cultura social y empresarial, de una paciencia, que no abunda en Asturias.

Quien sí la tiene es el País Vasco. Peleó por las competencias de ciencia y tecnología hasta que lo logró hace bien poco. Y no pierde batalla con la que arrimar recursos a esta materia. El Gobierno central recortó este año en 400 millones de euros los fondos para investigación, con gran alboroto entre la comunidad científica. Enmendó luego los Presupuestos para restituir 143 millones. De esa partida, 80 van directos a Euskadi. Así lo exigió el PNV en peaje por el apoyo de sus diputados a las cuentas estatales. Aunque el nacionalismo no gobierna ya aquellas tierras, ve en la I+D+I un valor estratégico.

Es inmoral pactar unos Presupuestos así, en el pesebre. No viene al caso centrarse ahora en ello. La realidad es que en 1981 Euskadi destinaba a I+D el 0,097% de su PIB, tenía 3.000 investigadores y figuraba a la cola de España. Casi tres décadas después, invirtió por completo la situación. Dispone del 1,60% para investigación, tiene 8.000 científicos y ya está en cabeza. Pretende convertirse en la región tecnológicamente más puntera de Europa.

Al lado de esta vertiginosa carrera y de esa ambición, la situación de Asturias acompleja. Aunque las cosas han mejorado en los últimos tiempos, la investigación y el desarrollo no son una prioridad de los políticos regionales. Todos predican, pero nadie da trigo. Para muestra, los Presupuestos recién pactados. Entre construir una economía que demagógicamente llaman solidaria y una economía fuerte para el futuro, capaz de generar más bienestar para todos, PSOE e IU optaron por lo primero.

Habrá mucho gasto social, pero la I+D no acaba de despegar. Se mantiene en 68 millones. Igual que el año pasado, y bastante menos de lo que el Madrid pagó por fichar a Ronaldo. Una empresa bilbaína de turbinas invierte por su cuenta en investigación casi tanto como el Principado. El Gobierno vasco, seis veces más: 420 millones. Mucha diferencia para excusarla por los privilegios económicos forales. Es más bien que en Asturias no hay una política decidida que fomente la sociedad de la innovación. Madrid, Navarra y el País Vasco son, por ese orden, las regiones que mayor porcentaje de riqueza aportan a la investigación. Asturias está en mitad de la tabla. A mucha distancia, la última entre las regiones de tradición industrial.

Parte de la culpa de este rezago es imputable a las empresas. Para investigar se necesita apoyo público y, en mayor medida, implicación privada. Innovar es cuestión de supervivencia. Quien no lo entienda así está perdido. Los vascos lo tienen muy asumido. El empresariado asturiano aporta el 43% del dinero de la I+D. El de Euskadi, el 80%.

Empresa e investigación están poco conectadas en Asturias. No hay agilidad para traducir el conocimiento en negocio. O lo que es lo mismo: para hacer útiles los avances científicos. Son dos puntos débiles de la investigación regional. En ambos la Universidad tiene un papel decisivo. Nuestra Universidad anda feliz. Acaba de ser reconocida como Campus de Excelencia, lo que la sitúa entre las mejoras del país y le abre nuevas perspectivas internacionales. Precisamente, dos proyectos científicos están en la base de su éxito. Uno, relacionado con la biomedicina y la salud; otro, con la energía, el medio ambiente y el cambio climático. Con pasos así, una transformación como la que hizo el País Vasco está al alcance de la mano.

La ecuación mágica de la economía asturiana podría ser E+E+I. Le faltan las «es» de emprendedores y exportadores, y también la «i» de innovadores. La innovación es creatividad multiplicada por espíritu emprendedor. Son tiempos de estrechez. Hay que gastar menos, porque tenemos menos para gastar. Por eso es preciso hacerlo de manera más inteligente. Nada impide a Asturias, comunidad pequeña y de recursos limitados, tomar la iniciativa y promover alianzas fructíferas con otras regiones líderes, como Madrid o el País Vasco. Para crecer hay que cooperar. La ciencia y la tecnología, cada vez más una obra colectiva, son terreno fértil en esta táctica.

La experiencia no consiste, como dijo el racionalista Leibniz, el último gran genio universal, en el número de cosas que se han visto, sino en el número de cosas sobre las que se ha reflexionado con fruto. Si aspira a viajar en el vagón de primera, más le vale a Asturias reflexionar sobre su tara investigadora. Para recoger frutos y también para poner cuanto antes sus ideas a caminar.