Como no me fío nada de los augurios catastrofistas, ando estos días fijándome mucho en lo que acontece en la vida vecinal. La cola ante la expendeduría de Doña Manolita, la lotera, es kilométrica. Como todos los años por estas fechas.

Los repartidores a domicilio andan con sus furgonetas llena de cajas. Pero no de ataúdes, sino de botellas de ribera o rioja, albariño o jerez. No se ven coronas de crisantemos, sino cintas y lazos adornando tarros de «delicatessen».

Yo oí decir a la señora De Cospedal que este Gobierno quería que desapareciese la Navidad, pero es imposible a tenor del tejemaneje que observo ante los escaparates de los bazares. Una tradición de siglos, con tan profundas raíces, es difícil que desaparezca de repente.

No digo que no ocurrirá cuando los mahometanos aquí avecinados sigan multiplicándose como conejos y el millón que son ahora pase a mayores. Entonces no habrá Navidad y la noche del 24 cenaremos cuscús en lugar de sopa de almendras y en vez de turrón, dulces de miel. No se beberá sidra El Gaitero, sino té con menta. Los villancicos serán sustituidos por «casidas» acompañadas por el rabel y no oiremos la zambomba. Iremos a la mezquita y nos pondrán mirando a La Meca; y desaparecerán las misas del gallo tan divertidas, donde los asistentes llegan todos un poco «piripis».

No me atrevo a aventurar lo que puede ocurrir los finales de año, cuando en lugar de tomar las doce uvas tengamos que sustituirlas por dátiles. Alguno se va a atragantar.

Y los locutores televisivos que transmiten las campanadas desde la Puerta del Sol no vestirán la castiza capa española. Para ponerse a tono, vestirán chilaba.

Las viandas se pondrán mucho más caras, pero ¿cuándo no encarecieron por estas fechas las angulas, los cochinillos, el marisco y los tostones?

No se desanimen, que el día 22 escucharemos, como siempre, la cantarina voz de los niños del Colegio de San Ildefonso, con su retahíla de millones para el Gordo y la interminable lista de la pedrea y los reintegros. Y el inevitable tópico de los desafortunados: «No nos ha tocado nada, pero ¿qué mejor lotería que tener salud?».