Manténgase fuera del alcance de los niños y asimilados. Hemos de empezar así porque, como hay ocasiones en que contamos cuentos y a la inocente infancia, y asimilados, les gustan, sería muy conveniente que esta columna no cayera en sus manos y así evitaríamos alguna que otra decepción. Pues resulta que ya ha llegado la Navidad, o ¿aún no se han dado cuenta? Hace ya más de una semana que las calles, los comercios y los hogares han sido engalanados al efecto; en Langreo se ha encendido la iluminación navideña y por algún lado ya se oyen villancicos. También ha caído algún tímido copo de nieve. Sin embargo, a nosotros, que no nos desagradan estas fiestas, nos da toda la impresión de que ya ha llegado hace un mes. O más. La lotería esa ya se vende desde hace cuatro o cinco -andábamos todavía en bañador-, los turrones han sustituido en las estanterías de los súper a las castañas, y, sobre todo, el síntoma más flagrante es la multiescalada de ventanas y balcones por parte de esa brigada de enanos vestidos de rojo y blanco que vienen de China o Taiwán, y no precisamente de Laponia. En muchas ocasiones escalan hasta con los renos colgados a la espalda. No sé lo que pensarán nuestros amigos los niños al respecto. A Duke no le gusta, desde luego. Él, que tiene instinto guardián, se enfurece cuando ve al «caco» a punto de entrar en una casa. Siempre a punto, un día tras otro, hasta que llega el momento de la vuelta al cole en los primeros días de enero. Y a mí, personalmente, me entran ganas de armarme con la recortada y espanzurrarlos a todos para que no vuelva a ocurrírseles la práctica del alpinismo. Con todos mis respetos.

La importación de costumbres foráneas y la progresiva pérdida de las nuestras es algo que nos enerva. Ya casi se nos ha ido el Tenorio en tiempo de difuntos y ha llegado «Jalowín», ese horripilante remake del Carnaval; el bocadillo de chorizo se ha visto sustituido por la MaC-hamburguesa, asimismo remake de nuestro picadillo, y, en fin, nuestra fiesta más hermosa, el día de Reyes, se ve preterida por Papá Noel y su recua de enanitos trepadores. Hasta tal punto que ya se habla de quitarle el rojo en el calendario. Lo que nos faltaba, ahora el día 6 de enero todos a la escuela y a trabayar. Y ye que aquí, en los tiempos que corren, no nos dura ná. Fíjense, el arco luminoso que preside la «catedral» de Sama y que está sobre la escalinata por la que se accede a ella dice literalmente «Paz y Felicida», sin acento en la «a». Como lo oyen, ya hemos perdido la «d». Si creen que nos equivocamos (porque hay alguno que sí lo cree), vayan y compruébenlo. No dentro de mucho perderemos hasta la «Paz», porque con esta crisis y estos inventos extranjeros nos está desapareciendo la Felicidad, cuando tanta falta nos hace, sobre todo en «Navidá».

Mi blanco amigo y yo estamos estrujándonos las neuronas para ver cómo felicitamos las fiestas este año a nuestra familia y amistades. Duke me ha propuesto que lo haga con un tarjetón ribeteado en rojo donde diga «De hoy n'un añu», como aquel que fue a dar un pésame a la familia de un conocido y, no ocurriéndosele nada mejor que decir, les espetó esa asturianada. Hubo otro que, ante idéntica tesitura, se acercó a un hijo del difunto y le susurró al oído: «Ganamos uno cero».

Y es que lo estamos perdiendo todo. Se nos va Duro Felguera, la «d» de la Navidad, de la Felicidad y de la Prosperidad, se nos irá la festividá de los Reyes Magos y, por desgracia, también se irá nuestro querido y admirado doctor Blanco, eminente neumólogo del Hospital Valle del Nalón, y se va triste y dolorido, afectado por el último dislate de la sanidad del Principado. Tengan ustedes «Merry Chistmas». Mientas puedan y les dejen. Y ¡ánimo, doctor Blanco!, estamos con usted.